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Me Cago En Mi Vida

EL VIGILANTE VINDICATOR

EL VIGILANTE VINDICATOR

Cuando me preguntan por qué demonios no estoy ejerciendo como periodista y, para colmo de males, me dedico a ser segurata, tengo más de una respuesta. La principal, aunque algo penosa, es que lo hago por dinero, aunque ése es un tema que he repetido hasta la saciedad. Lo cierto es que tengo otras respuestas. Podría decir (y de hecho digo en ocasiones) que es para ganar una experiencia útil de cara a una futura labor periodística. En qué otra profesión iba a generar más mala leche que en la seguridad privada, se preguntará el lector agudo. Sí, hay miles de trabajos ingratos, pero en pocos se le puede sacar el lado divertido a lo de hacer plantones de doce horas. 

 

Ser parte de un servicio externalizado es una putada. Sobretodo si se comparte el tiempo con gente de otros servicios externalizados, como es el ejemplo de un vigilante de seguridad en un gran complejo de oficinas. Tarde o temprano te toca ser relevado por alguien que no es un compañero, como una forma de sino ineludible que nos deja sólos ante un Pilatos de nuestra propia empresa. ¿Que la azafata que te tenía que relevar ha llegado tarde? Te suelen decir cuando eso ocurre. Añada su verbo preferido al final de la respuesta estándar “Pues te...” os anticipo los finales más utilizados, dado que mi empresa les cobra (y nos paga) hasta la hora en punto:

 -         ... jodes

-         ... largas a tu casa y que se joda el edificio

-         ... quejas a su jefe aunque es como hablarle a una pared

-         ... lías la manta a la cabeza y la tomas con el primero que pase

-         ... esperas a coincidir con un compañero para contarle tu triste historia 

Pocas cosas funcionan peor que el victimismo en esta profesión. El victimismo no, pero el compañerismo seguro. Así que, incluso si es la Rotenmeyer quien me usa como paño de lágrimas, Súpergolfo ha de acudir al rescate proporcionando una dura represalia a quien ose dañar y destruir a mis hermanos.

 

En las Torres, donde estoy asignado, existe una pequeña azafata con muy mala uva, que llega tarde a relevarnos, se va a casa antes de su hora, y, encima, nos rocía con ambientador porque –al parecer- relaciona el color caca de nuestros uniformes con el mal olor. ¿Buscabas problemas nena? ¡Agárrate la goma de las bragas porque aquí llega el Vigilante Vindicator!

 
  • Fase 1: Su silla preferida

Entre otras manías, la señorita tiquismiquis exige que la silla de la recepción que ocupa esté regulada a su altura cuando ella llega. Al parecer, la buena moza desconoce que hay una palanquita bajo el asiento que permite regular la altura. En turnos realmente aburridos, dada la imposibilidad de contar las baldosas de dos torres de diez pisos, dos parking de cuatro plantas y una terraza con club deportivo, me he entretenido en subir y bajar una y otra vez. Es como estar montado en el ascensor más cómodo de la América profunda.

Llegada la hora H, le dejo el asiento tan abajo como puedo, de modo que, estando yo sentado, mis rodillas me toquen las orejas. ¡Es como cuando eres un bebé y caminas en un taca-taca!

Cuando ella se incorpora por la mañana, unos quince minutos más tarde de lo debido, se encuentra con un frío y duro cilindro de metal que sobresale de entre el asiento para permitirle, con mejor sujeción a la silla, que disfrute de sus seis horas de recepción.

            La tipa va y me pregunta ¿Quién se sienta ahí? ¿Una enana?Ahí no se sienta ninguna enana, ahí se empala a quien osa molestar al señor o señora Seguridad. 

  • Fase 2: No se me permite ser más eficiente

Si una persona autorizada a acceder a la base de datos de empleados (lo que incluye la comprobación del tipo de acceso), porque ésta está en el disco duro de un ordenado, no se presenta a trabajar a su hora, y quien le sustituye no puede tocar ese invento de Satán fabricado por IBM  por el hecho de pertenecer a un colectivo profesional aficionado al porno, los empleados de las gloriosas empresas alojadas en las Torres habrán de esperar a que su majestad tiquismiquis llegue a la recepción y aposente su puntiagudo culo sobre su rebajada silla.

Los transportistas de ganado saben un montón sobre cómo coger las curvas y evitar dejar a las reses paradas en un lugar estrecho y seco. Eso las pone de los nervios. Provocarle a Jane Hateful una aglomeración de gente cabreada por llegar tarde al trabajo es como bombardear una colina atestada de vietcongs durante todo un día. Esa recepción olía a... ¡A victoria!

           Al fin y al cabo, para la seguridad siempre hay tiempo.

  • Fase 3: No es una manía

La última y más importante. Su excelencia la azafata, rocía a conciencia con ambientador la recepción que ocupa cuando en ella ha habido un vigilante. A mí ha llegado a hacérmelo incluso cuando he estado presente. ¡No es coña! ¡Me roció con esa mierda de aroma a limón como si se tratase de un spray de autodefensa! Me roció como si ella fuese piloto estadounidense y yo cualquier afluente del río Mekong.

 

Decidido a volver loca a la señorita, aprovecho para matar dos pájaros de un tiro por otra afrenta personal que cometió contra mí: Con el tiempo he cogido la manía de ordenar por número las tarjetas de acceso para visitas de la instalación. Esto combate el aburrimiento (se trata de más de diez mil tarjetas por cada una de las dos torres) y permite saber cuántas personas ajenas a los clientes hay en el edificio. Una mañana se me saltaron las lágrimas cuando esta mala pécora empezó a desordenar (a drede) las tarjetas perfectamente amontonadas en una fila de las que recuerdan a las celebraciones gubernamentales de la China Comunista. Cosas así son lo que los profesionales del segurateo llamamos un casus belli. Cuando esto termine puede que ella no me llame maestro, pero seguro que rociará de ambientador incluso al jefe del edificio.

 

 Habida cuenta de que sus manías son más graves que las mías, he decidido hacerle NECESARIO el uso del ambientador. Supongo que, llegados a este punto, ya sabéis por dónde van los tiros, pero seré más explícito aun:

 

YO ME TIRO PEDOS EN SU SILLA PREFERIDA

 

No puedo hacer otra cosa que imaginar la expresión de su angélico rostro al aspirar las esencias de mis intestinos nada más llegar al trabajo. ¡Y también durante las siguientes seis horas! Es al poco de verla escaquearse del trabajo antes de tiempo cuando empiezo a separar con disimulo mis nalgas para que todo el aire putrefacto. Llego a presionarme el vientre para estar seguro de que no me guardo nada para otra ocasión. Llego a comer fabada antes de ir a trabajar. Llego a sumergirme en el profundo abismo de mi pervertida mente para gritar en el silencio de la recepción ¡TRÁGATE ESTO! ¡PUTA!

 Ojito, chica, con incordiar a los seguratas. Su venganza no sólo se sirve fría. Su venganza, además, huele fatal.

4 comentarios

Ferro Veritas -

Pues sí, la mala leche debe esperar su momento. Cuando yo estaba en un centro comercial tenía cruzadas a dos dependientas de una tienda que se referían a nosotros siempre como "segurata" (y solo los seguratas nos llamamos a nosotros mismos seguratas sin que siente mal) hasta que un día, delante de ellas, les dije a unos importantes clientes del centro "no se preocupen, estas dos TENDERAS les servirán encantadas". Cuando se fueron a quejar por el "insulto" demostré que de tienda-tendera y mis jefes se escojonaron de risa. Mano de santo, desde entonces fuí El Vigilante para siempre.

Steam Man -

Joder, y yo pensaba que estaba mal...

Saludos y... buen servicio! ;)

Golfo Vindicator -

Puede llegar a parecer que PROSEGUR nos prepara para labores de guerra psicológica. Sin embargo no es así. Sencillamente sigo la máxima de Kurt Cobain: "El hecho de que seas un paranoico no significa que no haya nadie detrás de ti".

Baby -

La venganza del vigilante!!! Me da miedo sólo de pensarlo.