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Me Cago En Mi Vida

¡Contacto!

¡Contacto!

He de reconocer que, desde niño, me ha gustado siempre la Ciencia Ficción. Este relato me ha rondado por la cabeza años, probablemente inspirado en alguno que oí en La Rosa de los Vientos, una de esas madrugadas de insomnio. A ver cómo queda.  

Luchs andaba ilusionado con el contacto. Desde hacía unos años, su trabajo en el observatorio se había vuelto muchísimo más interesante: La llegada de aquella sonda y el incremento exponencial de avistamientos le habían conferido un status en la comunidad que jamás habría soñado. Ya no se llevaría más collejas de sus compañeros de escuela. Ya nadie se referiría a él como ese gordinflón perezoso y con gafas, incapaz de conseguir una buena compañera, una buena casa y un buen trabajo.

No, ahora, sus años invertidos en el cubículo que le reservaron sus progenitores, estudiando ciencias, matemáticas e informática, habían dado su fruto. Para nada se arrepentía de no haber hecho deporte, de no haber salido por ahí a tratar de emparejarse. Ahora era respetado y admirado. Un contacto con otra civilización extraterrestre. ¡Toma ya!

Los bip-bip sonaron como si hubiesen sufrido un ataque de pánico, todos los monitores empezaron a comunicar señales de proximidad: Un pequeño objeto metálico deceleraba en una especie de reentrada. En ese momento, sólo faltaba música de fondo para dar un toque épico a la situación. ¡Ya están aquí chicos! ¡Seamos amables con los vecinos! Dijo el supervisor, uno de esos tipos estreñidos que se toman su cargo superior como una señal inequívoca de que su mierda huele a pétalos de rosa.

Llegaban sin avisar. Bueno, casi. En realidad llevaban avisando años, enviando esos objetos tan avanzados que tomaban imágenes, sonidos y muestras de tierra y aire y a cambio traían consigo imágenes y sonidos de otro planeta: Lo que en xenosociología se denomina una tarjeta de visita. 

El objeto estalló al entrar en la atmósfera... bueno, en realidad se dividió en cuarenta partes más pequeñas que descendieron soltando pequeños trozos de metal al rojo mientras descendían en caída libre. De cada grupo de trozos, uno más grande parecía decelerar aun más y, finalmente, a varios miles de metros del suelo, les creció algo, una especie de enormes glándulas de un material muy blando que los cubrieron. Los impactos, curiosamente cercanos unos de otros, levantaron enormes nubes de polvo al rededor de la estación de seguimiento. Un fenómeno jamás visto que Splatz y él decidieron capturar en imágenes en movimiento.

No se había despejado la nube de polvo y arena en suspensión, cuando cuarenta formas gigantescas salieron de entre la oscuridad. Un haz de luz atravesó el polvo y la cabeza de Splatz hizo honor a su onomatopéyico nombre: Sin comerlo ni beberlo, estaba de repente cubierto por vísceras y sangre de su compañero del Instituto Astrofísico. Algo le lanzó al suelo, un impacto cinético de terrible poder que posiblemente le había atravesado. En realidad temía comprobarlo. Estaba tratando de imaginar qué demonios había ocurrido cuando una enorme explosión volatilizó su lugar de trabajo, enorme antena incluida, a su jefe, y a la atractiva secretaria que todos decían que se tiraba.

Parecía que el polvo se despejaba, y un incendio justo a su espalda le daba a la noche una tonalidad malva de esas que le gustan. La cabeza de Plochs (el simpático empleado de mantenimiento) pareció rodar frente a sus ojos cuando una de las, ahora brillantes, figuras gigantescas se paró ante él. Era extraña, como de un metal blando, pero a la vez resistente, que absorbía casi toda la luz a su alrededor.

Trató de hacer un gesto amistoso, uno de esos gestos del tipo todo ha sido una confusión, pelillos a la mar... ¡No me mates coño!, pero se dio cuenta de que sólo podía mover uno de sus azulados tentáculos.  La figura, notando una atmósfera respirable, decidió quitarse la cabeza para, ¡Oh dioses! Descubrir una segunda cabeza más pequeña dentro de la anterior. Parecía cansado, paliducho, con la piel seca y marcas moradas bajo los ojos, como de no haber descansado en mucho tiempo. El alienígena hostil inclinó su cabeza interna hacia un lado y pareció que hablase con sus dioses. Podía oír sonidos periódicos realmente parecidos, sólo variaban en el primer grupo de palabras:

 Romeo dos, estación de alerta temprana 4D desactivada. Sin bajas, seis de esos “calamares” abatidos. Pueden comenzar el desembarco...

Finalmente, la figura se percató de que aún respiraba. Alzó uno de sus cuatro extremidades, que eclipsó el sol ante sus ojos, y por fin, como el resto de sus compañeros, su cabeza hizo honor a su nombre.  

1 comentario

RAMON -

Pues la verdad, a mi, a veces, me gustaría encontrar un grupo de tíos, como los d e la foto, a ver si algú día consigo, que, uno de ellos me pegue al culo con la mano