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Me Cago En Mi Vida

LA GRAN CARRERA DEL ORGULLO GAY

LA GRAN CARRERA DEL ORGULLO GAY Murci ha estado a punto de vivir una nueva experiencia de estimulación sensorial, de derribar otra frontera que limitaba la extensión de su conocimiento interior. Vamos, que casi le dan por... y es que, por esas vueltas raras que da la vida, le ha pasado lo que a muchos, por jugar a tolerante sin saber dónde se metía (o más bien, dónde estuvieron a punto de metérsele). Gurú dijo a propósito de esta historia: “Una vez cazi me paza lo mizmo a mí, pedo no tan a lo bduto”. 

El caso: Quedo con Murci para dar una muestra a unos compañeros latinoamericanos de lo que es irse de cañas y tapas por Madrid... la inclusión de nuestro querido niño de verdad aportaría un detalle de color a la situación... y el que nos acompañase una compañera de curso, que a parte de estar muy güena ha estado en “Choooooorstaun”, terminaba por darle un toque de distinción y conversación elevada, por no hablar de una perfecta excusa: No, señor policía, sólo tratábamos de seducirla entre los tres... sólo educación y galantería... los litros y litros de cerveza que la chica ha volcado sobre su coche patrulla y su uniforme son circunstanciales. ¡Es más! ¡Ni siquiera están ahí, oliendo y goteando!

 

 El caso es que Murci, ejemplo multinacional de que la multiculturalidad es posible (máxime cuando se convive con gente que viene de toda Europa y parte de Latinoamérica... en una casa en la que el corte de pelo más común –y unisex- incluye rastas y pinchos, acompañó a sus compañeras y compañeros (hay hombres a los que les atraen irremediablemente las lesbianas... y hay Murcis a los que también) a la fiesta del Orgullo Gay. Lo que allí ocurrió tiene muy poco que ver con lo que cuentan los gays sobre su movimiento.

 

Los sesudos investigadores de asuntos sucios (desde cambiar el pañal a mis sobrinos a investigar sobre terrorismo) conocemos de sobra el concepto de operación de ganancia política. Léase, un acto de barbarie pública (o interpretado como tal) que un bando comete para culpar del mismo a su adversario o enemigo. Generalmente se trata de teorías de la conspiración, como cuando se acusa a Israel de estar detrás de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, pero antes de que alguien saque el tema a colación y lleguen decenas (sí... seguro) de comentarios que tratan de demostrar la culpabilidad de los hebreos en este hecho, no quiero separarme de Murci y de su culo[1]...

 

Resulta que el chico disfruta del ambiente festivo, tolerante y multicultural de la fiesta de la diversidad, hasta que, posiblemente hipnotizado por unas piernas de esas que engañan (sobre el género de la persona a la que van unidas), nuestro agreste amigo perdió la referencia de su grupo de acompañantes... sólo, desorientado... envuelto en un tsunami de embriaguez y ambigüedad sexual... es entonces cuando unas manos sujetan sus tobillos.

 

Murci se gira creyendo que se trata de uno de sus amigos italianos con un pedo descomunal, cuando ve a un tipo raro, al que no conoce... un tipo que coge sus gafas y se las prueba. Bonitas gafas, chico. Ligeras, modernas... (¿Modernannng? –pensaría Murci-) El desconocido (cada vez que lo mira resulta más grande) se gira y llama a su banda: ¡Eh chicos! ¡Mirad qué gafas más cojonudas!. Reconozco en este punto, que el entorno machista en el que nos criamos nos hace tener unos extraños prejuicios: A veces percibimos el ligoteo como una especie de cacería. Nosotros leones, ellas gacelas[2]. Claro, que cuando el león ve que quien tiene hambre es un león más grande que le mira con cara de libido, más que en león nos quedamos en gatito doméstico. Por eso sólo hay algo que me de más miedo que un payaso: Un culturista. Sobretodo un culturista gay[3].  Supongo que si Murci no compartía conmigo este temor, ahora sí que lo hace.

 

La pandilla se le acerca, examina las gafas, le dan palmaditas en la espalda (más bien en esa parte de la espalda donde la misma pierde su nombre) y le devuelven las gafas. No sé qué tendrán unas gafas con lentes tipo Hubble que pueda poner a un grupo de varones borrachos más cachondos que una manada de ciervos en celo con cuernos de doce puntas, pero empezaron a compartir su bebida con nuestro amigo en un ambiente de sana tolerancia y respeto, todo abrazos (entre los cinco) y compadreo (entre los cinco)... cuando el Tayikonauta observó que la cosa giraba a una andanada de besos (entre los cuatro)... y el que faltaba por besarle se estaba bajando el pantalón, decidió demostrar al mundo gay lo que vale un atleta murciano especializado en carreras de cross y media maratón. Yo he llegado a correr muy rápido. Comparado con Murci, Flash y Supermán se mueven con la ayuda de un andador[4]...

 Tanto Murci como un servidor seguimos respetando a los homosexuales... pero tras esta experiencia, el respeto se puede tornar en distanciamiento (a gran velocidad y ritmo constante a propósito) cuando hay alcohol de por medio. “Y yo que creía que me zarvaba el zé feo” –añadió nuestro querido personaje- nunca mannng ¿ein? ¡Nunca mannng!


[1] Para colar frases como ésta mejor lo dejábamos en el 11 de Septiembre

[2]  Supongo que las mantis macho piensan igual... hasta que dejan de pensarlo porque su gacela les ha arrancado la cabeza de un mordisco cuando iban a buscar el cigarrito de después. 
[3] YA ESTÁ DISPONIBLE EL FORMULARIO STANDARD DE DISCULPA A COLECTIVOS OFENDIDOS DE “ME CAGO EN MI VIDA”. CONSÍGALO GRATIS AQUÍ.

[4] También conocido como taca-taca en honor a esa gloriosa época en la que no llevaban ruedas, sino cuatro patas acabadas en un tope de caucho, que si bien amortiguaba el ruido que hacían al golpear contra el suelo, no lograban una sensación de felino silencio al desplazarse... más bien un siniestro ¡taca!... ¡taca! (Del Jubidiccionario 2006 sobre  tecnología senior)

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