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Me Cago En Mi Vida

BLACK GAY DOWN (MICAELA -II)

BLACK GAY DOWN (MICAELA -II)

La primera vez que lo vi vestido de tía no caí en al cuenta. Era febrero... Carnaval para ser exactos. Y la cosa había empeorado de lluvia con un par a nevada con mala hostia. Estaba sufriendo una inspección por culpa de la puta caja de la muerte que en este edificio llaman ascensor, y trataba de explicarle a quien me supervisaba que, si le había dejado pasar sin identificarle (coche y carpeta con anagramas de la empresa a parte) era porque creí que le había fallado el motor en plena nevada justo delante de la puerta, y que había salido a rescatarle.  Andaba dando explicaciones a ese buen señor cuando se abrió la puerta del ascensor y...

 De dentro del ascensor empezó a salir una neblina púrpura de la que intentaban escapar los rayos de luz reflejados en una de esas bolas de discoteca que cuelgan del techo. Una voz de tipo a los que obligan a vestir chaquetas rojas con lentejuelas, de esos que no pueden decir un chiste sin que, inmediatamente, suene detrás un redoble de batería, tuvo que decir:” ¡Damas y Caballeros! ¡Con ustedes! ¡La Cianuro de Cangas!”. Allí estaba ella... él... ello. Tratando de contonearse. Debía ser su primera noche y sus compañeras... compañeros... ¡Sus colegas! No le habían enseñado a tratar de parecer una tía buena. De hecho parecía una señora de cincuenta años. Era tan exagerado que pensé que se trataba de un disfraz de carnaval (yo es que soy de Las Palmas... allí es normal que los hombres se disfracen de mujer en los Carnavales). El único detalle que hubiese dejado claro que se trataba de un disfraz lo llevaba el inspector y no Micaela: El bigote.  “Hola guapos, no habéis visto nada ¿eh?”... el bigote del inspector temblaba nerviosamente. Me miraba alarmado y luego volvía a mirar a Micaela. Y así un par de veces más hasta que aceptó que no se trataba de falta de sueño. “¿Pero a ti a dónde coño te han destinado?”, parecía decir cuando Micaela le interrumpió: “¿Cómo voy?”. Esa pregunta dicha mirando a los ojos a un inspector de una empresa de seguridad privada puede dar lugar a funestas consecuencias, por lo que me apresuré a decir “Vas preciosa”. Error. El cuello del inspector crujió por girar tan rápido para mirarme inquisitorialmente. 

 

Claro que hay gente con problemas mentales que puede llevar a cabo una vida normal tomando una medicación. El problema viene cuando la medicación les hace creer que ya están curados y dejan de tomarla.  Micaela acabó por vestir sólo de mujer (excepto cuando bajaba a ver a la señora). Se podía saber cuándo se estaba preparando para una noche de exótica diversión por el escándalo en el patio interior... joder, escuchar a Manolo Tena no puede traer nada bueno. El hecho es que un día dejó de tomar sus pastillas y la cosa empezó a torcerse. Se empezó a torcer tanto que la gente se empezó a asustar: Perdió la llave del portal, se dejó una estufa encendida bajo un mogollón de ropa y casi quema la pensión, bajaba a la calle descalzo... y dejaba la puta puerta abierta, lo que no paraba de darme sustos cada vez que volvía de hacer la ronda (imaginad que tienes que volver a comprobar todo el jodido edificio con extrema atención después de haberlo hace cinco minutos...).

 

Todo eso tenía un pase, pero un día le perdió el miedo a Mauricio. ¿No he dicho que le tenía miedo al Mauri? Pues como para habérselo vuelto a coger, porque cuando le dices a un vigilante de cincuenta y tantos, a uno de esos que hacen entre trescientas y cuatrocientas horas al mes , que no le hablas porque parece un hombre muy serio... con su cara de perro y todo eso (literal), es cuestión de tiempo que te acabes llevando una leche. Mauricio es, ante todo, un profesional. Un profesional y un caballero: No pega a las mujeres. Y aquello –dijo- le pareció una mujer... o casi. Claro, que si todos los días montas una distinta... en mitad de un día laborable no se puede bajar a la parte de oficinas del edificio y preguntarle al de seguridad que dónde está el grupo de personas que buscaba el ascensor... sobretodo porque él está ahí sentado, en su garita, junto a la puerta. Y si, desde la calle, miras hacia dentro del edificio lo primero que ves es esa jodida caja de la muerte. Ahí, con esa luz que parece expresar que se ríe de ti.

 

De noche era peor. De noche, la puerta está cerrada y la premisa del control de accesos en instalaciones cerradas es “Ten la llave o dame una buena excusa”. Pues ni lo uno ni lo otro. Y lo peor es que le daban ataques: Empezaba a mirar en los buzones, a llamar a la vieja (a gritos y de madrugada... ya le vale), y luego trataba de convencerme de que le abriese. ¿Es que no le puede pedir al encargado de la pensión que le abra la puta puerta? Dos veces seguidas me montó un pollo de narices, entre tirones de la puerta y rebuscar en los buzones. Cuando no pude más –las voces de mi cabeza no eran turistas japoneses como en la suya... lo mío era Anestesia pidiendo sangre- cogí el teléfono y le acojoné... decía que no era necesario que llamase a la policía, aunque el gesto que estaba haciendo, teléfono en mano, no era precisamente el de marcar un número. Más bien armaba el brazo para un lanzamiento de media distancia. Digo que la cosa no pasó de dos incidentes porque esto luego se reflejaba en el informe de incidencias, y... bueno, el responsable de seguridad del cliente no se andaba con rodeos: Pepón, o el o todos vosotros. Así que la pobrecilla Micaela estaba nominada para abandonar La Casa de lo Locos. De hecho tenía todos lo votos.  

   

Fue horrible verle sacar sus cosas... para empezar hay que ver la cantidad de mierda que mierda que guardaba en su habitación. Al menos se llevó la ropa de mujer de vuelta a su casa (creo que volvía con su madre). Lo peor fue verle sacar marcos, cuadros, un enorme crucifijo, de esos que te inspiran a gritar: ¡Tío! ¡Desclava a tu hermano pequeño y que camine sólo! Y la gente, como buitres, yendo a rapiñar lo que podía. No es coña, se supone que es una zona pija, incluso me parece que la hija de algún ex-presidente vive cerca, pero una marabunta de gente fue al contenedor a ver qué podía pillar. Se supone que era el centro de Madrid... aquello parecía el mercado de Bakkara. Me quedo con un gitano que olía las toallas y las metía en una bolsa de la compra que llevaba... tío, si supieras lo que han llegado a secar esas toallas a lo mejor te lo pensabas.

Me sentí muy mal por Micaela. Sobretodo porque creo que fueron mis informes de incidencia los que provocaron que le echaran, y claro: Era el único que se ocupaba de la vieja. Además, el Pepón no paraba de hacer chistes sobre él... y joder es que estaba delante. Menuda bronca le metí. Al final la frase del compañero más veterano lo deja todo claro: Olvídate, chico, todo el mundo tiene problemas y tú no tienes por qué aguantarlos.

2 comentarios

Golfo -

Es que es en esos momentos donde se ve la veteranía de cada uno. En momentos como ese y en otros, como cuando a un travesti le da un ataque de nervios. Én ese momento no sabía si es que tomaba drogas o si debía tomarlas, pero que se tratase de esquizofrenia o de un simple síndrome de abstinencia viene a ser lo mismo: En esos casos Anestesia (o el teléfono) podrían haber hecho muy poco. Tener que hacer una estrangulación sanguínea para provocasr una lipotimia es muy difícil, sobretodo porque si te sale mal a lo mejor te cargas al sujeto. Gracias al Dioni (santo patrón de los vigilantes) a que la cosa quedó en nada.

El abuelo -

Illo, el Mauri si que es un sabio, y no el abuelo de la selección española. Y esta frase "Olvídate, chico, todo el mundo tiene problemas y tú no tienes por qué aguantarlos" es totalmente cierta