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Una pizza para La Moncloa

Una pizza para La Moncloa

Cuesta un poco sacarle esta historia a Murci. Más o menos cuesta unas seis cervezas (unas cuatro si se trata de Voll-Damm), pero es una de esas narraciones extraordinarias tipo Madre de Makinavaja, que decía haberse trabajado a gente de la realeza y a generales de la Guerra Civil.

 

No. Su Majestad no ha degustado ninguna pizza entregada por nuestro encantador niño de verdad. Su Majestad no, pero puede que en un paseo, ZP viese una triangular porción de cartón frío y aceitoso con queso y anchoas encima y... ne! Este gobierno puede tener tantos trapos sucios como cualquiera de los anteriores pero ese acto de mal gusto es impensable. Sin embargo un día...

 

Un día era Murci el único motopizzero libre cuando su central recibió una llamada. Una familiar para el Palacio de la Moncloa... ¿ein? diría el Murciamigo, ¿Eso no está fuera de zona? ... Y probablemente con razón. Creo que no hay telepizzas cerca de la residencia oficial del Presidente del Gobierno, así que supongo que les cargaron el marrón por estar en un distrito de Madrid que se llama igual. ¿Y a quién si no le iba a tocar resolver esta paradoja? Pues al único repartidor que logra ponerse las gafas sin quitarse el casco de la moto.

 

Sólo de moto (no de batería sino de moto algo cascada): güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg ...

 

Todos habremos visto “Perdidos en el espacio”. Pues Murci estaba Perdido en Ciudad Universitaria, justo al lado del Palacio... se mete por al Carretera de Galicia, y casi que se cae al mar. Logra ver el Palacio, pero lo que no ve es el camino de entrada...

 

Güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg- güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg... güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg

 

Una y mil vueltas y la entrada que no aparece. Nuestro pequeño Dani Pedrosa (en realidad Pedrosa s suficientemente pequeño... y Murci ronda el 1,90 de estatura... 1,90 de motociclista vestido de rojo con un casco tipo hormiga atómica y unas enormes gafas justo debajo de la visera de plástico) empieza a impacientarse: Le han mandado fuera de zona, tarda demasiado, tendrá que volver con la pizza fría porque el cliente no la querrá (ha pasado cosa de media hora) y encima la tirarán a la basura, porque hay encargados que no piensan en los niños que mueren de hambre en el tercer mundo. Tampoco piensan en que a los empleados puede entrarles hambre.

 

Güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg- güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg  ... güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg...

 

¡Milagro! Como una especie de bache en el camino, como algún tipo de error de programación en Matrix, aparece un pequeño pasadizo que caracolea hasta la verja de entrada del Palacio.  Murci le echa valor y acelera la moto, que ruge furiosa y desafiante contra el viento: ¡Güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg! ¡ güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg!

Un par de guardias civiles le miran pasmados. Uno de ellos niega con la cabeza. En un día normal montarían sus armas (nunca se sabe qué tiene un repartidor de pizzas contra el actual gobierno), pero la imagen de un motero sobre un esqueleto de moto de color rojo, con dos ruedas más flacas que el perro de Don Quijote y un enorme cajón porta-pizzas debe ser una de esas cosas que te sacan de la monotonía del control de accesos. Un tipo con enorme anorak rojo y un casco tipo Hormiga Atómica a juego, tras cuya visera sobresalen un par de enormes lentes es una de esas visiones que no te esperas en un turno de vigilancia. El objeto no identificado (bueno... identificado como repartidor de Telepizza pero...) se acerca decelerando a la garita de control...

 

-         ¿...?

 

Al pobre guardia no le salen las palabras. Algo evita que el abonado tópico ¿Usted a dónde va? O ¿A dónde coño crees que vas? O ¿Ha llegado el Carnaval?  No florezca de su boca... es más, duda si dejarle entrar, pero el desconocido (desconocido si no lee este blog) se levanta la visera como si eso permitiese que le escuchasen mejor...

 

-         Perdón, ¿saben dónde está...?
-         Ah, joder qué susto. Está en Ciudad Universitaria, justo a la altura del desvío que te ha traído hasta aquí. Da la vuelta por donde has venido, coge el desvío y llegas de nuevo a la Avenida de la Complutense, en la Ciudad Universitaria... no tiene pérdida.

 

La moto rugía cabreada. Probablemente tan cabreada como Murci. Lo cierto es que podrían haber especificado mejor la dirección... el cliente, o la compañera que cogió el recado... o su cerebro. Todos en su contra. Incluso el viento.

 

Güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg- güeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerg...

 

Finalmente llega a su destino. Algún tipo de oficina que forma parte de la institución Palacio de La Moncloa pero que, por alguna razón, NO ESTÁ EN el Palacio de la Moncloa. Más de cuarenta y cinco minutos tarde... la pizza ya era cartón piedra con plástico amarillo (anteriormente conocido como queso) por encima, y restos de aceite y caja que forman una curiosa mezcla de lubricante nutritivo y envoltorio protector contra las inclemencias del tiempo. Para su sorpresa (casi se le caen las gafas) los funcionarios aceptan el pedido y pagan gustosamente...  a la empresa, porque a él le dejan quince sustanciosos céntimos de propina tras casi una hora de búsqueda, extravío y colaboración con la Benemérita. Y encima le quedaban un par de horas de turno antes de poder volver a casa, así que se resignó y la moto volvió a rugir indignada camino del Telepi.

1 comentario

Murci -

Mientras volvía al Telepi, lo único que pensaba era en arrancarle los pezones a pellizcos a la encargada que tomó el recado.