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Me Cago En Mi Vida

EL BARBERO DE OPORTO

Cuando se trata de mi cabello soy un amante de los clásicos. No me refiero al corte clásico, con raya y gomina, sino del placer de que te corte el pelo un barbero de los de toda la vida. De los que tienen ese “turulo” blanco con rayas azules y rojas dando vueltas en la puerta. Ese tipo de hombres inmutables ante cualquier acontecimiento, que adornan su trabajo llevando una especie de batín sobre la ropa, y ocultan sus pensamientos tras una nube de tabaco negro. 

 

El caso es que hoy, mientras descargaba mi cabeza de pelo, ha tenido lugar uno de los momentos más raros que recuerdo  desde que llegué al barrio. Entra un señor ya mayor, al parecer viejo amigo del barbero (y al parecer de la misma quinta) y empieza a admirar el trabajo que su amigo realiza con mi cabellera. ¡Joder! ¡Yo quiero uno igual! Decía el “abuelete”, ante el que el profesional de profesionales –con el Coronas sin despegarse de los labios- le respondía que ojalá pudiera. ¡Tú lo que estás es muy acostumbrado a hacer lo que te da la gana! ¡Quiero un “pelao” así, como el de este hombre y tú me lo vas a hacer!

 

El sabio y tranquilo barbero trataba de hacer comprender al buen hombre que no hacía otra cosa que luchar contra la realidad. Contra los molinos de viento que le habían dejado “como una bola de billar” y que, como mucho, podría disimularle un poco el brillo del casco moviendo los pelos que le quedaban en las sienes y el cogote.

 

¡Mucha cara tienes! ¡Quiero algo así porque estoy harto de ver a los jovenzuelos llevar el pelo como yo “estoy obligado a llevarlo”! ¡Rapados por arriba y con melena en el cogote! ¡Yo quiero un “pelao como el de este señor” –Me encanta que me llamen “señor” peor en este caso me ha llamado la atención porque es la primera vez que alguien con más de diez años lo hace- ¡Te voy a decir cómo quiero el pelo! ¡Voy a hacerte un dibujo!

 

Traté de no partirme de risa ante la discusión. Sobretodo cuando el barbero le explicó al amigote que llevaba cortándole el pelo desde los dieciséis años, y que hay que adaptarse a los tiempos. Sobretodo cuando los tiempos te dejan casi sin pelo en la cabeza.

 

¡Pues muy mal! ¡Soy tu cliente y siempre llevo la razón! ¡Mira el dibujo para que veas cómo quiero el pelo! –El barbero observa el dibujo sin inmutarse (sólo he visto hacer esto a Eugenio y a este hombre) La ceniza del Coronas aguanta “in extremis” para no caer sobre el ejemplar de La Razón (¿Dónde se ha visto un barbero o un sastre que no sea conservador?) en el que su amigo ha dibujado el boceto- ¿Y a esto lo llamas dibujo? ¡Esto son cuatro rayas! ¿Qué son? ¿Tus cuatro pelos?

 

El hombre se acerca a mi y me dice ¿Sabe usted que yo soy sastre? (una vez más la alianza del sastre y el barbero) ¡A mí algunos me piden trajes “de los que casi no se pueden abrochar”! ¡Y otros “de los que dejan correr el aire”! ¡El cliente manda y se hace lo que él pide! ¡Y se hace a la medida del cliente!

 

El Coronas del barbero cobra vida y explica al caballero que hay clientes y clientes, que no hay dos personas ni dos gustos iguales, pero que hay cosas que no se pueden hacer.

El Coronas, entre medias, también le pregunta al caballero si mide a sus clientes con la misma cinta métrica con la que se mide sus pelos.

 

Al momento, el barbero acaba su labor, y el Coronas me informa del precio. Muy poco por un corte de pelo con espectáculo. Mi amigo Jose cerró su tienda de prensa, pero en ningún momento me quedé huérfano de lugares donde encontrar una divertida conversación.

2 comentarios

Golfo -

Y yo encantado de volver a verte por aquí.

Gracias.

Dr Klaus -

Cuanto tiempo sin entrar en tu blog!

Muy bueno el post, genial!

Estas conversaciones son las que engrandecen a España. Las que mantienen los jóvenes de ahora apenas pasan de "eh, tío, mola."