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Me Cago En Mi Vida

LA SEÑORITA ROTENMEYER

LA SEÑORITA ROTENMEYER

A todos nos suena el dicho “Mejor sólo que mal acompañado”, muchas veces es mejor solucionar los problemas cotidianos por uno mismo que siguiendo los consejos equivocados (sea cual la motivación del consejero o consejera) o sencillamente pérfidos de alguien que, o está mal informado o sencillamente está desequilibrado.

 

Ya me decía Mauri, en su momento, que era mucho, pero mucho mucho mejor, trabajar sólo, y en caso de duda llamar a un inspector de guardia, que tener que confiar en alguien que, si le vieses por la calle, te motivaría a cambiar de acera, de calle, de ciudad o de continente. ¿Puedo elegir destino? ¿No tendrá mi señor y coordinador de servicios algo tranquilo y sencillo como un cementerio? Digo yo que en un sitio así no me molestaría nadie hasta que sonase la cuarta trompeta del Apocalipsis. Las particularidades del servicio se limitarían a echar a las plañideras a partir de las diez de la noche, a evitar que nadie entrase a robar las flores de las lápidas que dejan los afligidos seres queridos o las medallas que regalan los héroes de guerra a sus compañeros caídos en combate (sí... esas que luego encontramos en el rastro los domingos). No sé, quizá la única complicación sería encontrar el punto de fichaje número 65 en la tumba de un tal Señor Martínez López (con perdón de todos los Martínez López de esta ciudad).

 

Los compañeros están para resolver dudas, para lo del apoyo mutuo y, si eso, para dar conversación. Cuando un compañero (o compañera... que también existen más allá del epiceno) trata de aleccionarte, además de explicarte cómo va un servicio, y sobretodo cuando trata de crearte una conciencia moral que ensalza el noble sector de la seguridad privada, nueve de cada diez veces estás ante una persona desequilibrada. La décima vez estás ante una persona retorcidamente cachonda que trata de echarse unas risas a costa del novato. Es como el acertijo:

 

“Si camina sobre cuatro patas, ladra, está cubierto de pelo y huele a perro... nueve de cada diez veces es un perro... la décima es una oveja muy bien disfrazada.”

Está muy mal decir que una compañera te tiene hasta las narices y que lo que necesita es una camisa de fuerza (o un enorme y bulboso pez-polla como mascota) por eso no lo diré de un modo tan explícito. Mi mes de octubre fue una mierda, sin destino fijo y con la inseguridad de no poder hacer un master para el que he tenido que ahorrar haciendo un año de turnos de noche, pero es que en este mes de noviembre me ha tocado sufrir una sobre-exposición a LA SEÑORITA ROTENMEYER. 

 

Independientemente de su historia personal (que tiene tela) estamos hablando de la típica persona a la que una empleada del hogar con cierta experiencia denominaría “esa chiflada de la señora de la casa”. Es decir, la típica señora o ex-señora de clase media alta, que vive en una urbanización para gente bien, que por alguna razón desconocida (quizá eso de sentirse útil) ha decidido meterse en este mundillo de la seguridad privada, y que para colmo de males disfruta con ello.

 

Cabe decir que, en mi escasa experiencia como segurata, me he encontrado distintos tipos de compañeros: Están los profesionales hipermotivados, los flipados de la seguridad (ambos conocidos como “rambitos”), los que no tenían otra cosa (o no valen para nada más), los que sólo quieren pasta, y los que vienen “a hacer sus horas y punto”. Sólo los dos primeros especímenes tienen algo de peligro. La diferencia fundamental entre los “profesionales” y “los flipados” está en el número de placa: Los “flipados” tienen cualquier número (y ya vamos casi por el 150.000)... los “profesionales” suelen tener un número entre el tres y el diez porque llevan toda su puta vida en esto.  Tras esta sencilla clasificación de lo que he llegado a encontrarme en este negocio (donde subrayo que la mayoría de la gente es muy normal). Analicemos a Rotenmeyer (porque para prejuicios los míos):

 

No entraré en sus circunstancias personales. Tampoco le conozco tanto. Digamos que es alguien que no te dice eso (tan típico de los “profesionales”) de “Cuando me llaman de la empresa siempre lo cojo y si no me interesa trabajar digo que no[1]. Su respuesta es:

“Cuando me llaman, mi DEBER MORAL es responder al teléfono”. Tía ¿Cuántas veces te han llamado de madrugada? No digo que te llamen en tu día libre, durante tus vacaciones, cuando estás de baja médica o, en mi caso, cuando estás sentado en una acera, en alguna calle de Amberes esperando a dos robustos camioneros flamencos con su grúa. Menciono esos casos tan divertidos en los que suena el teléfono y tu familia o seres queridos están durmiendo y tienen que levantarse por la mañana temprano, o mucho mejor, cuando estás trabajando cubriendo un servicio y te llaman para cubrir otro porque no saben que YA ESTÁS TRABAJANDO EN OTRO LADO. ¿Acaso nunca ha sufrido el “Síndrome de los 6.999” ? [2] 

 

Digamos que es alguien que te dice que hay que hacer bien este trabajo porque comes de ello... porque ¡Te pagan por ello! Cuando un coordinador te dice (reprimiendo un ataque de risa) que no te puede asignar un servicio fijo porque TIENES DEMASIADAS HORAS DE CONTRATO (a sabiendas de que en este negocio todos hacemos más horas que las que hemos firmado) su excusa real podría ser perfectamente que no tiene gente para cubrir un evento deportivo o cualquier otro servicio que exija estar de pie doce o más horas.

 

 En cuanto al “Te pagan por ello” Parece mentira que no sea consciente de que cobraría lo mismo en otro servicio donde se “trabaja” menos. Y más si el concepto de “trabajar” en el presente servicio se reduce, labores de seguridad a parte, a encender y apagar las luces del edificio, a colocar los periódicos para los clientes de los clientes de nuestra gloriosa empresa, o a señalar en quince mil informes los focos que se han fundido y los charcos que han formado las goteras. Resulta que perdí diez kilos para hacerme segurata y he terminado de portero-ordenanza con porra.

 

No digo que pueda existir gente que disfrute con su trabajo, pero cuando en tu trabajo te toman a diario por el pito del sereno, cuando eres el último mono de la selva, cuando te tratan como a un perro, si disfrutas con ello significa, generalmente, que necesitas una camisa de fuerza.

 Por otro lado, si en un lugar estamos destinados dos vigilantes y uno tiene una duda, una de las utilidades de que haya más de uno es que, si aparece la duda, se consulte. En un escaso año como vigilante, es la primera vez que me encuentro con una respuesta del tipo: “No te lo voy a explicar de nuevo, míralo en tus apuntes. Si me haces otra pregunta sobre este servicio me voy. Aquí no quiero niños”.  Una vez entró un repartidor de comida china y nadie en el edificio la había pedido. ¿Alguien ha pedido una madre? Me parece que tampoco.  Sencillamente algunos preguntamos las dudas porque, fuera del servicio tenemos una vida que nos exige mucho, porque es posible que no me pueda quedar con todo a la primera, y porque es la manera más rápida, sencilla y eficaz de resolver cualquier incidencia. Por eso le he dicho, tanto a Rotenmeyer como al jefe de equipo, que si soy una carga me voy para que venga otro. Paciencia o puerta. Curiosamente, ante esta respuesta, suavizó bastante su postura.  

Sin embargo, la Señorita Rotenmeyer no desfallece y sigue con sus arengas:

“Blablá-blablá obligación moral, blablá-blablá te pagan por hacer esto, blablá-blablá aunque mi principal afición es ver programas del corazón admiro a César Vidal”...

¿Para cuándo un “blablá-blablá me voy a suicidar con explosivo casero"? ¡Y en un descampado! ¡Para no molestar a nadie!

 

Aunque queda claro que esta tipa necesita un buen pez polla al que le palpiten sus bulbosas venas para que le haga compañía en sus noches largas y solitarias, creo que me quedo con la solución del psiquiatra: La cura de sueño, los antidepresivos que provocan risa compulsiva... ¡Y si todo falla me llevaré al curro un pañuelo y un frasco con cloroformo!

 

¡A dormir Rotenmeyer!  

 

 

La Imagen ha salido de aquí


[1] Creo que la mayoría, en cuanto sabemos que nos llama la empresa tiramos el teléfono dentro de un cajón o de una pecera... yo suelo enterrarlo en la caja de arena donde caga Verdi.

 

[2] El síndrome se basa en el siguiente dilema: Si la empresa tiene 7000 operativos en Madrid ¿Por qué coño siempre me llaman a mí?

3 comentarios

algien -

menuda mierda ni me lo he leido

renata -

nada chico q no t pude .m parec muy interesante este comentario. ¿sabeis q ya ha empezado el ksting de heidi?yo ya fui y e pasado a la siguiente fase!!! OPERACION HEIDI!!!!!!!!!!!!!!!!!!

renata -

hay muy bien, nada te llamo