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Me Cago En Mi Vida

Con el pie izquierdo

Con el pie izquierdo El curro de Ayudante de Cocina en la prestigiosa línea de franquicias de Burger King España no es nada del otro mundo. Me refiero a que no es en absoluto difícil. De hecho creo que hasta un chimpancé amaestrado podría hacerlo, pero la política de la empresa cree más rentable contratar humanos debido al escandaloso precio que han adquirido los plátanos con los que pensaban pagar a nuestros primos primates. Por ello la política de la empresa parece más enfocada a contratar jóvenes de hasta 25 años (gente que se deje manipular, claro) por razones obvias. En el estado español no se pueden contratar menores a partir de cierta edad (creo que sobre los dieciséis). Si lo hacen se exige un permiso firmado del padre, madre o tutor legal, y el jovencito o jovencita no podrá manejar diversas herramientas peligrosas, como las mortales cortadoras de tomate.
Jamás vi a alguien que sufriese un accidente con estos inventos demoníacos, pero a quienes las utilizamos al menos una vez teníamos que respetar las normas de precaución de la empresa, a saber:

- Utilizar guantes de cota de malla: Va en serio, el hecho de utilizar los guanteletes de un caballero medieval puede impresionar a priori. Los guantes son duros, fríos, y si le dan con ellos un guantazo a alguien le convertirán en el orgulloso poseedor de unas cicatrices muy chulas (algo a tener en cuenta en las relaciones laborales internas del restaurante). Gracias a Benji Franklin, los edificios de esta prestigiosa empresa están protegidos por un pararrayos por si estalla una tormenta algo a tener en cuenta en toda empresa seria que se preocupa por la integridad física de sus empleados. En caso de utilizarlos, no se debe golpear a los clientes con ellos puestos (de hecho no se debe golpear a los clientes, basta con sonreírles y darles la razón). Cuando un currito o currita del Burger tiene estas reliquias sagradas de Las Cruzadas en sus manos adquiere una cota de poder que exige responsabilidades del tipo no salir a sacar la basura con los guantes puestos durante una tormenta (Benji Franklin no está en todas partes) y no vengarse de encargadas (como Pluvia) desfigurándoles con caricias guanteleteadas.

- No automutilarse a propósito: Una de las ventajas de trabajar para Burger King es que una empresa tan grande no puede saltarse la normativa jurídica española acerca de la cobertura social de los trabajadores. Trabajar con contrato significa cotizar a la Seguridad Social, lo que en España al menos significa la posibilidad de disfrutar de alguna baja de vez en cuando. En este trabajo la gente explota las bajas como puede (y hace bien), porque es una tentación inaguantable la posibilidad de pasar una temporada cobrando sin currar. Sin embargo, bares de mala muerte en las ciudades portuarias están llenos de veteranos del Burger King que ridiculizan a los Ex Marines que sirvieron en Vietnam con sus historias de padecimiento y esfuerzo en situaciones muy duras (¿Tú pisaste una mina en King Kong que te arrancó las dos piernas?… ¡Pues yo perdí tres dedos cortando tomates para alimentar a los gitanos de Pan Bendito en un Burger! ¡Invítame a una cerveza y te lo cuento!). A demás la imagen de cara a los clientes es muy importante en esta celebérrima entidad, y un trabajador al que le faltan tres dedos y una oreja no es lo que más le conviene a la imagen de un restaurante familiar, armonioso y maravilloso como éste del que hablo.

- No meta la cabeza en la cortadora de tomate: Va por lo de la oreja. Los apéndices del cuerpo humano no reaccionan bien ante los filos cortantes de las cuchillas… y ante las de estos aparatos tampoco.

- Cuando lo limpie, procure no situarlo en los estantes más altos: Como decía Michael Moore en Estúpidos hombres Blancos, las escalerillas del Ikea van a acabar con el sexo masculino, debido a que las mujeres podrán llegar a los estantes altos de los armarios y estanterías, por lo que los hombres seremos ya del todo inútiles. La política de contratación de los restaurantes de comida rápida, por razones de imagen corporativa y de doblegamiento de la voluntad (no en todos los casos) suelen preferir a las chicas jóvenes como trabajadoras. Aunque creo que en ello también cuentan los deseos de trabajar con alegría para la vista que tienen gerentes como mi querido Dani. El problema que ello acarrea es que la altura media de la plantilla está en 1,60 metros aproximadamente, es decir: ¡Tú, capullo, bájame ese pesado trasto de ahí antes de que se caiga y me descalabre!. La caída de uno de estos pesados trastos de metal sobre la cabeza de un ayudante de cocina es una tragedia que la empresa desea evitar (por lo de que después pasen un tiempo de baja… inconsciencia incluida).

- No haga lo que hizo el cenutrio de King Burger: A saber, las cortadoras de tomate no son un juguete. Tan sólo las utilicé un par de veces, y la primera me estaban enseñando. Cuando se corta tomate, hay que colocar la roja hortaliza en contacto con las cuchillas y presionar suavemente para que los filos penetren en la tierna pulpa de este producto de la bella Murcia (En serio, tengo comprobado tras cargar decenas de cajas de tomates que los que utiliza el Burger vienen de la Huerta de España. ¡Viva Murcia!). En mi caso no lo hice, y dada mi falta de delicadeza, lo solucioné empujando más fuerte las cuchillas, dado que en mi opinión éstas no cortarían ni mantequilla derretida ¿sigue creyendo que contratan principalmente chicas porque el gerente es un salido? (Señoría, he de aclarar que el gerente es un respetable, honrado y fiel hombre casado que sólo piensa en hacer su trabajo con eficacia y en permanecer fiel a su santa esposa).
Al hacerlo me convertí una vez más en pionero, en este caso del deporte, al inventar la futura modalidad olímpica de Lanzamiento de Tomate. Fue una imagen que me cautivó, debido a mi claro desequilibrio mental: Paredes alicatadas y casi limpias embadurnadas de restos de tomate, a modo de vísceras, por toda la cocina mientras, loco de placer y muerto de risa, continuaba agotando las existencias de esta manzana erótica. Aquella cocina olía a… VICTORIA.

Por lo demás, el trabajo de Ayudante de Cocina es muy sencillo: En mi contrato, y en el de todos, creo, ponía que estaba allí para echar un cable debido a la previsiblemente alta demanda de las ofertas con que nos deleitan los chicos de Marketing (el Señor les perdone porque no saben lo que hacen). Esto quiere decir lo siguiente:

- En la cocina: Existen diferentes puestos, empezando por el que echa carne al fuego infernal (es como yo llamo al asador automático, La empresa prefiere llamarlo Automatic Broiler, se trata de un trasto enorme con dos cadenas, la superior para la carne y el pollo, y la inferior para el pan Bimbo, que así parece recién hecho. Me costó un mes aprender su nombre, pero mis raíces rockeras me llevaron a rebautizarlo como El Fender, por la marca de guitarras…),y de paso va a buscar existencias a las cámaras frigoríficas (el uso del abrigo de la empresa es opcional, cada uno sabrá si le gusta estar en mangas de camisa a -20º tras pasar horas junto a unas llamas que arden a más de 70º. Las normas de sanidad de la empresa, y las de cualquier país civilizado, exigen el uso de pinzas de calor (de metal) y de frío (de plástico) para coger la carne, pero en caso de que haya mucha gente esperando por su comida el gerente puede decidir que es más rápido hacerlo a la vieja usanza (con las manos). Con ello quiero decir que la carne ha de ponerse con las pinzas cuando el restaurante pase la revisión periódica, previo aviso y con supervisora de la empresa identificada y conocida por todos en su aspecto, uniforme, nombre, apellidos, hobbies, y plato preferido. Cuando al de la carne le pregunten cómo está echando la carne al Broiler, la respuesta recomendada por King Burger es: Con las pinzas y de tres en tres, oh amada jefa (también son válidas las expresiones Ama, Dueña, Señora, y Sargento Mayor). El puesto equivale a una jornada de entre cuatro y ocho horas jugando al freesby con trozos redondos de carne de dos tamaños (pequeño y grande), y enviando el pan, convenientemente separado en tapas y bases, por el otro lado. La monotonía se rompe cuando a uno le piden un Chicken Whopper, porque la carne de pollo se coloca en el lado de la cadena automática donde pone Chicken.

Otro puesto de cocina es el de Colocador (como en el Volley Ball): El colocador ha de esperar ansioso a que la carne salga de la cadena de cocción (aunque prefiero el término incineración), para, con pinzas de carne o de pollo, montar la hamburguesa con el pan, que suele salir mucho antes que la hamburguesa, y colocar el invento en el arcón del Baño María, donde permanece caliente un máximo de diez minutos bajo el régimen PEPS (la primera que entre es la primera que sale). Procure, si le toca este puesto, no quemarse, no comerse las hamburguesas, y no oficiar de arquitecto en el arcón haciendo pirámides de hamburguesas: La puerta de cierre del arcón suele hacer estragos con el pan, y las gotas del vapor lo mojan y estropean.

El último puesto de la cadena de montaje fordiana para las hamburguesas es El Preparador (le ruego no se ría, va en serio). El preparador ha pasado horas estudiando los ingredientes de cada especialidad del restaurante para saber qué es lo que espera el cliente con cada mordisco que de a cualquiera de las nutritivas y deliciosas hamburguesas, fajitas, tortillas (son tortitas, pero la inclinación al spanglish de la empresa y la composición étnica de la plantilla llevan a utilizar este tipo de palabrotas que llevan a la confusión), y cualquier otro sándwich (mentira, son hamburguesas, yo siempre he pensado que un sándwich se hace con pan de molde). Realizan su trabajo con una precisión y dedicación casi esquizofrénicas, lo que hace que los psiquiatras de la Seguridad Social tengan mucho trabajo con la plantilla, y dan mucha importancia a los pequeños e insignificantes detalles que aprenden en los cursos de formación de la empresa, y que generalmente importan un comino al cliente (¡Oh Dios mío! Las cuatro rodajas de cebolla de mi Whopper no están colocadas en cuadro: ¡No obtendré el mismo sabor en cada mordisco!). Como los bailarines caribeños, son expertos en salsas (y eso que yo no diferenciaba la salsa Barbacoa del Ketchup a primera vista). Se trata de un puesto tan especializado que tan sólo preparé tres hamburguesas para clientes en mis dos meses de servicio en el Burger King, y a veces, la hamburguesa destinada a mi menú diario reglamentario me la preparaba alguna compañera.
He de añadir que es falso el rumor de que los preparadores estresados escupen en la comida de los clientes (quizá en la de los compañeros de trabajo que odian, por lo que los jefes insisten en que cada uno se prepare su propia comida). Para saltarse las normas de sanidad ya está la empresa.

Los restantes puestos son de freidoras. Hay de dos tipos, para patatas y para otros (generalmente alitas y demás derivados del pollo, aunque en mi época se servían también variantes mejicanas de queso frito). Éstos saben hasta latín, porque, sólo Dios sabe el porqué, cada botón de la freidora de Varios indica un tiempo distinto, adjudicado cada uno a una especialidad, ¡Y no vienen marcados ni con una sencilla pegatina, tan sólo con un número que varía de un restaurante a otro (creo que esa es otra razón por la que no contratan simios amaestrados).
El último de los puestos es el de las pilas, es decir lo que en restaurantes convencionales llaman freganchín (por lo de fregar). Al de las pilas le toca fregar durante todo el tiempo hasta que un paladín (es decir uno de los jefes) le manda a otro puesto, generalmente más degradante. Ha de utilizar unos lavavajillas especiales de la empresa que han causado más de una erupción cutánea (bueno, también hay guantes para fregar disponibles… generalmente). Se dice entre los veteranos del Burger que la CIA consideró la opción de introducir ingentes cantidades de este producto químico en Iraq antes de invadirlo para respaldar la acusación de La Casa Blanca contra Sadam Hussein de almacenar armas químicas.

- En la sala: Éste era el puesto en el que me especialicé, principalmente porque nadie lo quiere, pese que permite mayor libertad de acción (vamos, que puede ir uno a su ritmo mientras la sala no acabe pareciéndose demasiado a una pocilga). El empleado de sala, generalmente destacado en el cuadrante de los horarios, debe mantener limpia la zona donde los clientes se sientan a comerse su ración diaria y donde dejan sueltas a sus termitas (hijos y hermanos menores) para crear el caos y complicar la vida al personal del restaurante con sus gritos y carreras. El empleado de sala ha de fregar vomitonas, barrer la sala, limpiar mesas y bancos, dar un repaso al pozo negro al que el jefe insiste en llamar servicios, y enviar a todo cliente que tenga alguna pregunta a incordiar al encargado, gerente o jefazo al mando (hay cosas que yo prefería no recordar, como si disponíamos de sillitas especiales para bebés, de teléfono o de sentido de la decencia cuando se quejaban de la comida). El empleado de sala ha de bregar con restos de comida en el suelo, bandejas llenas de restos de comida en las mesas y manchas de todo tipo, siendo siempre amable y servicial con el cliente y obediente con sus jefes y compañeros, a los que debe echar una mano cuando el restaurante se llena de hambrientos incivilizados capaces de entrar en un estado de furia incontrolable cuando descubren que deben hacer cola para comprar un helado. Dada la característica principal de un restaurante franquiciado (un Whopper es igual en todo el mundo) cualquier turista que no se fíe de la gastronomía nativa puede acudir a uno de éstos locales y saber (más o menos) qué diablos está comiendo. Por esta razón se valora el conocimiento de idiomas, aunque no es tan difícil decir cheeseburger en otra lengua con la que no se esté familiarizado. Un empleado de sala (un limpiador, vamos) se enfrentará a fiestas de ketchup en los servicios, que recuerdan a las secuencias del cine gore, a la suciedad generalizada, a mesas de aspecto postapocalíptico y al periódico cambio de bolsas en los contenedores de basuras donde los clientes DEBERÍAN depositar los restos de su comida cuando terminan (aunque los más graciosos también dejan dentro la bandeja). Es el puesto, por alguna razón, que menos aceptación tiene entre el personal, por ser el más sucio y por el estrés que supone atender una sala repleta de gente donde el humo de sus cigarrillos recuerda a las nieblas londinenses que escondían las fechorías de Jack el Destripador; por lo degradante que es limpiar lo que otros ensucian adrede y por no poder, como en los bares y restaurantes normales, sacar a palos a la piara de cerdos que vienen a comer como animales y a vacilarte como si les conocieras de toda la vida (Por alguna razón este tipo de clientes (que gracias al Señor no son todos pero que por su culpa son mayoría) creen que el hecho de que la política de la empresa exija a sus empleados educación y simpatía con ellos significa que sólo piensas en volver a trabajar cada día con la esperanza de poder verles y asentir a sus estúpidos comentarios. ¡Id a reíros de vuestros padres, mamones!).
Además, el empleado de sala es el encargado por el cruel destino de sacar la basura de la sala (y olvídese de pedir ayuda a los compañeros de la cocina y el mostrador, ellos ya tienen lo suyo con limpiar lo que no ven los clientes), y de recoger y limpiar las bandejas que los clientes dejarían sobre los contenedores en un mundo idílico, y que generalmente abandonan en las mesas como si nadie más fuese a comer allí, o incluso dentro del contendor para que lo recoja la tía de alguien.

Debido a la composición étnica de la clientela del restaurante donde trabajé, el hecho de desempeñar generalmente este puesto me llevó a ser apodado El Payo que Limpia y también El Payo de las Bandejas, tras la visita de un concursante de Operación Triunfo al local. Más tarde, en mi pluriempleo, un compañero y yo compusimos una versión con la letra alterada de la canción Sarandonga (de Lolita Flores) acerca de este apodo.
Ante la falta de vigilantes de seguridad que me tocó vivir, el empleado de sala debe echar un cable en labores de seguridad que no le corresponden, por ejemplo si alguien decide fumarse un porro en la sala. Claro, como no veía rentable arriesgarme a que me partieran la cara por currar en un Burger decidí sacar a la luz todo mi tacto y educación de tarjetero y pedir amablemente a los clientes drogatas que apagaran sus canutos antes de que saliera la cabrona de la encargada (esta referencia va dirigida exclusivamente a Pluvia, el resto son grandes personas y amigos a los que guardo un reverencial respeto y cariño. ¡Loados sean!).

- En el mostrador: Son los puestos de atención para los clientes. Los que están en el mostrador pueden ser destinados a atender en la caja registradora los pedidos de los clientes. Debido a mi falta de adaptación a las nuevas tecnologías, jamás desempeñé este puesto (a los jefes les parecía muy difícil para mí la labor de pulsar sobre una pantalla de cristal líquido… ¡Luego vendrían los problemas para ellos a la hora de hacer las cuentas). Esta maravilla de la tecnología envía un mensaje a una impresora en el puesto del que debe sacar los pedidos de la cocina al mostrador (y que suele quemarse con el mostrador de reserva, donde se colocan las hamburguesas y tapas debidamente envueltas por los preparadores y el personal de freidoras, debido a que éstos los mantienen calientes). Lo gracioso es que quien saca los pedidos está a un metro del de la caja registradora, pero el hecho de comunicarse por Fax permite mantener una imagen corporativa de fe en las nuevas tecnologías; al fin y al cabo se trata de una empresa tradicional y con historia, pero muy moderna y de su tiempo. Al sacar los pedidos el trabajador burguerquinero, ha de incluir en la bandeja (o grapar en la bolsa de cartón de los pedidos para llevar, el ticket de compra que incluye el contenido del pedido, el precio y un número de identificación. Todo idéntico a la copia que le dan al cliente los de la caja registradora. Ignoro si estos papelitos tienen algún valor legal como contrato (de hecho la empresa dice que en caso de una queja coherente se le de la razón al cliente), pero la principal utilidad que les encontré fue la de apuntar los teléfonos de las chicas que me tiraban los tejos (espero que mi mujer ignore este comentario) y los de los clientes que, debido a la naturaleza social del barrio, me ofrecían un puesto de trabajo distribuyendo drogas (Es muy cierto, me ocurrió dos veces, y una de ellas me daban hasta un coche para hacerlo). Finalmente, y habiendo colocado como manda la empresa el pedido (incluyo diagrama de cómo distribuir los productos en bandejas y bolsas), el empleado ha de sonreír al cliente y darle educadamente la bandeja o bolsa de cartón deseándole buen provecho (aunque en muchas ocasiones deseé decirles ¡Que os jodan desgraciados! ¡Ojalá se os atragante!). A su lado se encuentra el Servilletero. No se trata de un útil de cocina inanimado, sino de un auxiliar que coloca las servilletas, las pajitas de los refrescos y las bolsitas de ketchup, mostaza, sal y pimienta en los pedidos que van a salir listos para la degustación de los estimados clientes, y a su lado el de los refrescos, que comparte plaza de mostrador con el empleado de sala cuando éste tiene que limpiar las bandejas que ha recogido. El de los refrescos ha de diferenciar las marcas registradas de cada una de las bebidas que ofrece el restaurante como complemento del menú sólido, responder con su vida de que ningún empleado se enganche al grifo de la cerveza (como si esto fuese el Bar de Moe en los Simpson) y marcar convenientemente en la tapa (de plástico) del vaso (de cartón) si el refresco es light para que un superior le diga luego que no debe tocar con sus sucias manos nada que el cliente pueda tocar luego. Ambos puestos tienen la suerte y el inconveniente de ser los preferidos por los atracadores para coger a un rehén, pero más adelante explicaré la doctrina de solidaridad y caballerosidad de la empresa respecto a los atracos.

Por lo demás, las únicas diferencias entre los ayudantes de cocina son los horarios: El turno de tarde/noche es el de mayor actividad de clientes (debido a que se entra a trabajar a las 8am en el turno de mañana, pero sólo se sirve comida a partir de las 12am) y en dejarlo todo mínimamente limpio en el cierre para ahorrar trabajo a los del turno de mañana, mientras que éste consiste en una limpieza frenética y contrarreloj para dejarlo todo listo y reluciente antes de la hora de apertura al público. Existen serios piques entre los trabajadores de la mañana y de la tarde/noche, aunque me parece una soberana estupidez, dado que son los mismo, sólo que unos días les toca un turno y otros el otro.

Mis primeros días fueron de total confusión, aunque por alguna razón, el hecho razonable de preguntar las dudas me hizo caer muy mal a determinadas compañeras de trabajo. La primera persona a la que vi fue a Pluvia (y aun sigo odiando ese momento), que me explicó cómo eran las instalaciones, su función y qué hacer en caso de incendio (es decir, correr al punto de encuentro que se encontraba a escasos metros en una boca del Metro Abrantes… supongo que para, en caso de explosión, que nos alcanzaran los fragmentos). Tras cada veloz e incomprensible frase añadía un ¿Vale?(luego descubriría que es su forma particular de decir por favor); por lo que en caso de confusión no tenía ni idea de qué hacer para no meter la pata, lo que me llevó a trabajar a menor velocidad de la que exigían personas como Pluvia, lo que le llevó a cogerme manía… lo que me obligó a mandarla a paseo y desconectarme de lo que ocurría a mi alrededor como si fuese un toxicómano (yo prefería mandar mi mente a Bulgaria y pensar que era verano, algo que algunas compañeras no entendieron por alguna razón).
Empezando por el principio, mi primer contacto con un ser humano con todas sus facultades mentales en regla fue con el Gerente, Don Daniel Gil; hombre hecho a sí mismo, como me contaría más tarde, estandarte de la razón, la gestión y muy buen amigo. Dani me hizo la entrevista de selección de personal menos de una semana después de haber dejado a Pluvia (maldito sea su nombre… incluso su nombre real que aquí no menciono) mi solicitud de empleo. Fue muy divertido, porque en las entrevistas de trabajo lo más conveniente es mentir aun más de lo que se miente en las solicitudes de empleo. Evidentemente dije que no estaba trabajando, que mi nivel de inglés era muy fluido, que tenía un nivel usuario de la informática (¡FALSO! Apenas escritos dos capítulos de este libro casi los pierdo por culpa de los estúpidos inventos de Billy Gates), , conocimientos mecánicos y técnicos sobre ordenadores, experta preparación para el, manejo de freidoras eléctricas y microondas (sí, tengo uno ¿y que?), cinturón negro en Jiu Jitsu (jamás pasé del verde… y eso desde que tenía doce años) y poderes mentales capaces de freír el cerebro de un enemigo a cierta distancia. Vamos, que era el Caballero Jedi que busca todo gerente de restaurantes de comida rápida para vencer en la eterna lucha contra el mal… y bueno, como ya he dicho, este trabajo puede hacerlo hasta un simio amaestrado, por lo que era improbable que un servidor pudiese cagarla… o al menos no tanto como el joven de Iowa Billy Joe Smith, que quemó seis restaurantes en su periodo de prueba de quince días y tuvo las narices de quejarse porque le dijeron que no era lo que buscaban.
En una entrevista de trabajo un gran gerente como Dani te informa acerca del horario, días libres, modalidades de contrato (de dieciséis, treinta y cuarenta horas, siendo este último el de jornada completa). Se interesaba por si estaba estudiando y en qué horario, porque la política de contratación de la empresa respecto a los estudiantes es muy flexible (aunque recuerdo haber vivido cerca de la Glorieta Cuatro Caminos durante cuatro años y echar una solicitud mensual al McDonalds de allí, ¡y jamás me cogieron!).
Lo más importante, el sueldo, es de aproximadamente 5€ a la hora, con lo que un contrato de 40 horas semanales da un montante mensual de 630€ (unas 105000pesetas). Se cobra el último día del mes con una hermosa nómina detallada y un cheque del Banco de Santander. Por lo demás el trabajo es sencillo (y ahí Dani tenía razón) aunque no esperaban que lo aprendiese todo en los 15 días de prueba, en los que uno va a demostrar que tiene ganas de trabajar (y por añadidura de aguantar a la maléfica Pluvia).

En lo personal, o cuando menos lo que se podía adivinar por su comportamiento en el trabajo, Dani parecía un tipo normal. Confesaba no tener estudios más allá de la EGB, por lo que al ser gerente intuyo que llevaba toda una vida dedicada al Burger. Casado con una encargada de otro local de la empresa, parecía un apasionado de los videojuegos (a juzgar por las bolsas de Mail Sofá que solía llevar cuando venía al curro tras hacer unas compras) y encajaba en el perfil de un trabajador que se vuelve conservador tras años de trabajar en la misma empresa. Lo digo por sus comentarios acerca del desalojo de unos gitanos de un edificio de viviendas de protección pública que ocupaban ilegalmente (claro, él tenía que pudrirse currando en una hamburguesería para pagar su hipoteca…) y por supuesto, le encantaba la idea de que hubiese al menos uno o dos tíos currando allí; al fin y al cabo con alguien hay que hablar de fútbol. Cierta vez tardaron en salir unas alitas de pollo para una clienta, y a mí ya me cogía quemado esta situación tras una semana trabajando para esta magna empresa. Cuando salió la tapa que complementaba el sano y nutritivo menú de la señorita, él me preguntó de qué mujer eran esas alitas. Yo estallé: ¿Se trata de un chiste de la profesión? (mi pregunta le dejó la cara a cuadros) y me empecé a reír. Como no sabía de qué demonios hablaba tuve que explicarle el galimatías: Las alitas eran de una cliente, pero él preguntaba por una mujer por lo que yo pensé que al ser unas alitas de pollo, se refería a que eran de un pollo hembra, lo que en mi barrio llamamos una polla. Ante su incredulidad grité a los clientes de la sala quién se iba a comer una ración de ALITAS DE POLLA. Sinceramente creo que fue en este momento, y no durante una exhibición de mi repertorio de chistes de rubias, cuando Dani pensó seriamente en enviarme a ver al psicólogo de la empresa, y la razón fundamental también por la que el personal con cargos de responsabilidad en esta hamburguesería decidió asignarme tareas en puestos lejanos a la clientela (no fuese que les ocasionase cualquier tipo de trauma).
Jamás recibí una mala respuesta de Dani, y siempre trató, como buen jefe, de lograr un buen ambiente de trabajo. Luchador contra el racismo, recomendó abiertamente el ascenso de Sharon como encargada (es la única extranjera que era algo más que ayudante de cocina (El escalafón de mando, por así llamarlo, en Burger King, es, empezando por el más bajo: Ayudante de Cocina, Líder de Grupo (empleado de primera), Encargado, Jefe y Supervisor. No conocí a ningún cargo superior porque el día que el dueño de la franquicia visitó el restaurante yo tenía día libre (lo que me da que pensar porque Dani no me puso ni una pega cuando pedí el cambio de día libre), pero sé por él que todo empleado superior (incluso los ejecutivos) deben pasar por todos los puestos. Incluso si uno desea abrir un Burger ha de hacer un cursillo de seis meses no remunerados en los que debe pasar por todos los puestos, desde ayudante de cocina a gerente a parte de poner un saco de pasta).
Otra experiencia reseñable fue el caso de las tapas de pan Bimbo desaparecidas:

• El Caso de las tapas de Pan Bimbo desaparecidas
En mis primeros días encontrábame yo destinado en la cocina en el puesto del Automatic Broiler (lo que en España deberíamos llamar Asador Automático) lanzando, correctamente y de tres en tres, las carnes y los panes, enviados tapas y bases por sus carriles respectivos. Era tal la demanda que todos andábamos muy estresados, cuando una compañera de Perú, Minnie, empezaba a quejarse de la falta de tapas de pan. Curiosamente su compatriota Jessica vivía su estresante primer día en el puesto de colocadora, desempeñando su labor a una velocidad andina (Esto quiere decir que iba MUUUUUUUY despacio. Más lento que yo, que ya es difícil. Son variados y múltiples los comentarios negativos que he oído acerca de trabajadores provenientes de Perú, Ecuador, Bolivia o Paraguay. Cabe decir que en este caso yo me refiero a estas personas y no a las masas de población de origen indígena de esos países que vienen al nuestro a ganarse la vida), y posiblemente (era su primer día) cometiendo muchos errores. Claro, yo era el único varón de la plantilla (a parte de Dani, loado sea) y por tanto el blanco de todas las iras, y en un ejemplo de patriotismo peruano Minnie decidió echarme a mí la culpa. Tras oír dos de sus gritos le respondí que era Dani quien pagaba mis cheques y quien me había contratado por lo que si había algún problema que se lo dijera a él. Minutos después Dani estaba a mi lado riéndose y explicándome cómo debía echar carne y pan a la demoníaca máquina de incinerar (aunque no aprendí nada porque su ejemplo era justo lo que yo llevaba haciendo todo el día). Dani me preguntó cómo lo estaba haciendo, y tras responderle que si me estaba quedando con él. Su frase El Broiler no se come el pan debería estar grabada en una lápida de mármol en todas las cocinas de los Burger King.
Cuando finalmente me preguntó en serio dónde demonios estaban las tapas de pan desaparecidas yo le respondí que quizá en los bolsillos de mi uniforme y que me ayudara a buscarlos. Fue ahí donde empezamos a reírnos (Cabe aclarar que los pantalones del uniforme que se utilizaban por entonces (y no sé si continúan siendo reglamentarios) carecen del todo de bolsillos. Ignoro si esto es para que los empleados no roben, para que no acepten propinas (que acaban en la gorra o en los zapatos), para que no nos metamos las manos en los bolsillos (lo que da muy mala imagen de la empresa) o si es tan sólo una muestra de sentido del humor corporativo).
Entonces, María (de Colombia) dijo que a veces los panes se enganchaban en la cadena del asador y se caía al suelo o continuaba ad infinitud (o hasta que alguien limpiara el aparato) enganchada a esa cadena repitiendo su ciclo como si se tratara de un desventurado personaje de la mitología clásica. Dani decidió que éste era un caso para el Inspector Burger (del que hablaré más adelante), pero que en ese momento estaba ocupado en el caso de los malvados delincuentes micróbicos, por lo que dejó las cosas pasar.

Mi teoría: Como descubrí más adelante, María en su inocencia era, como todo novato del Burger, una apasionada de la arquitectura del mundo antiguo, particularmente de Egipto, por lo que desahogaba su creatividad construyendo pirámides de hamburguesas en el arcón del baño maría, donde las hamburguesas esperan ansiosas a salir a escena para ser convenientemente devoradas por un cliente. ¡Pero claro! La tapa de un pan de hamburguesas marca Bimbo (y sospecho que de cualquier otra marca también) no reacciona favorablemente ante la presión ejercida por el cierre de una tapa de metal, por lo que hacían falta más tapas. Ante el temor de una bronca la chica no decía nada (es que temía a todo el mundo… y si todo el mundo era su jefe más miedo le entraba) y en un alarde de patriotismo peruano, su compatriota Minnie decidió echar la culpa a alguien que, según sus prejuicios no sería despedido por tan terrible error: Español, varón, raza blanca, de entre veinticinco y sesenta y cinco años… El típico tipo de traje gris que no llama la atención: ¡LA CULPA DE TODO LA TIENE KING BURGER!.
El caso es que la cosa acabó en nada. Nadie fue despedido, María no fue despedida, y Dani y yo nos partimos el pecho de la risa, aunque él siguió pensando que la culpa la tenía yo.

La otra gerente (que por alguna razón era llamada Sub Gerente) era Perfidia, No ha recibido este nombre por ser una mala persona o por prácticas de juego sucio. Es por la canción caribeña que describe a una mujer fatal. ¡Es que está tan buena que quien la contempla en todo su esplendor jamás regresa de su estado de petrificación! Además se negó a que su nombre fuese citado en este libro.
Perfidia estaba mortalmente buena, con lo cual quiero decir que estaba tan buena que era letal. Cuando un hombre ve a Perfidia no actúa como debiera, o cuando menos como debiera según la Ley de Dios que Moisés cargó bajando de una colina a riesgo de una hernia en tiempos del Éxodo. Para dejarlo claro, Perfidia producía en un hombre condenado como yo (que no estoy casado pero sí condenado) que se reuniesen en mi cabeza toda una congregación de lamas tibetanos cantando un mantra ritual que permite alcanzar la iluminación y la paz espiritual: ¡TANGAAAAAAAAAAAA!.
Perfidia hacía muy bien su trabajo. Esforzada gerente, nos regalaba la vista a los varones de la plantilla ayudándonos a limpiar la sala, lo que nos permitía admirar sus muslos a través de la raja de su breve falda reglamentaria (era la única entre las encargadas y gerentes que no usaba pantalones, y eso que el único hombre en tan privilegiado colectivo con derecho a comisión por ventas era Dani).

2 comentarios

Golfo -

Gracias, es el primer comentario que recibo, a parte de uno de mi mujer... empezaba a creer que algo no funcionaba en Blogia.
Si esto te ha sorprendido espera a que empiece a contar lo del mobbing asimétrico y un par de atracos que vivimos... a aquel Burger le faltaba un buen arrozal para acabar de ser Vietnam.

Steam Man -

Joer vaya historia mas truculenta. Los Burri King parecen mas despiadados que lo que cuentas... parecen lugares sacados de las pesadillas, esa gente tan rara por ahí... por todos lados.

Saludos