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Me Cago En Mi Vida

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TOWERS BREAK

 

Hace poco tuve otro sueño sobre el trabajo en seguridad privada. Un sueño raro. Normal que me pegasen como en todos los sueños que tengo sobre el trabajo...pero este era más como el episodio piloto de una serie de TV.

Aquella cagada no había sido como las normales, las meteduras de pata a las que acostumbramos a los jefes, las que se resuelven con un tirón de orejas y con un responsable de servicio que te susurra (gritar no sirve para nada) poniendo cara de póquer... de jugar al póquer e ir perdiendo la casa, el coche y la familia. No. Aquella fue una cagada de las que hacen que el cliente cancele el contrato con la compañía. La típica cagada que hace que te trasladen (la compañía no despide a nadie... eso es caro) y que acabes tu relación con la empresa prestando servicio en el peor centro de desintoxicación de toxicómanos de Escocia.

Fue una cagada tan extravagante que, cuando dimos parte a la empresa (hay cosas que no se pueden ocultar... como una columna de humo en pleno centro de Madrid, sirenas de bomberos que despiertan a personas que ganan siete cifras al año o clientes que se enteran por terceros...) la respuesta del inspector de guardia fue ‘No os mováis. VAMOS para allá’.

Menuda pifia. Y tanto que vinieron. Las cámaras (por fin teníamos cámaras en color, soporte digital, zoom, visión nocturna... por fin tecnología posterior a la Caída del Muro) mostraban un mundo amarillo y marrón en el perímetro de la instalación.

Había tanta seguridad que el cliente podría aprovechar que las torres se quedaban vacías al terminar el horario de oficina para reconvertir temporalmente esos edificios de oficinas en una prisión en pleno centro de Madrid.

“Si sus empleados le suponen un problema, enciérrelos en el nuevo centro de reinserción empresarial “Torres de Absolom”–diría el anuncio-

Demasiados pollitos (es como llamamos a los coches amarillos de la empresa) como para poder contarlos. Y de cada pollito salía gente. Personas de traje, personas de uniforme. Vistosos uniformes marrones y amarillos, vistosos trajes de estilo corporativo. Y, sobretodo, armas, armas, armas...

‘No sé tú, pero yo no pienso comerme este marrón’ –me dijo mi ‘compi’ recogiendo su ordenador portátil, su revista porno, su fiambrera con restos de la cena- Hora de pirarse.

Fue decir eso, y ver en las dos puertas de la recepción a grupos de gigantescos agentes de uniforme liderados por prototípico Agente Smith. Un tipo trajeado y con cara de haberse perdido la cena que llamaba insistentemente con el puño en la puerta de cristal.

Al parecer, en la academia de jefes intermedios, no les enseñan a reconocer un timbre, pero más espantoso es ver cómo la puerta de seguridad, con un cristal reforzado más gordo que el culo de mi compañero se abre cuando cada uno de los Smith de presionó el botoncito de un mando a distancia que llevaba encima. Millones de euros al mes en seguridad, y resulta que el paganini no es el único que tiene la llave de la caja.

Corrí como alma que lleva el diablo.

Corrí como si hubiera fuego.

En el fondo corrí como cuando te persiguen tus jefes

y un montón de tipos tan grandes

que sólo se pueden definir como ‘cordilleras’.

Dos años pateándome las torres varias veces cada noche te enseñan cosas. Por ejemplo, te enseñan los escondrijos, los puntos ciegos del sistema de seguridad o las vías de infiltración (ahora vías de escape). Oír a lo lejos los gritos de terror y dolor de mi compañero sólo podía significar una cosa. Le habían pillado y le estaban ‘dando la del pulpo’. O eso, o Smith y compañía habían decidido pararse a cenar. Pasillo tras pasillo. Luces fluorescentes parpadeando, como intentando con muy mala hostia’ ayudarme a mantener la calma, y el incesante sonido de un montón de botas corriendo detrás de mí. Como el aliento de un león en el cogote. Una de esas situaciones en las que años y años de retórica sólo permiten decir una cosa:

¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡MIERDA!

Y me vi rodeado. Me vi haciendo unas fintas de esas que sólo podía hacer Romario de joven, cuando no follaba tanto. ‘Cuando salga de esta –me dije- voy de cabeza a la NFL’- Logré llegar al más profundo de los sótanos. Al aljibe. Nunca en mi puta vida pensé que me zambulliría en ese depósito de agua negra y densa, pero por alguna razón sabía que había una salida, un túnel hacia la libertad detrás de tanta agua con olor a huevo podrido. Ya salía, empapado, a la calle, hacia la libertad, cuando una coz cerró la puerta en mis narices, y decenas de gigantescos ‘compis’ se descolgaron desde algún lugar sobre mi cabeza (uno de esos sitios donde nunca miramos) y me cayeron encima dándome más palos que a una estera.

Me desperté en la Central. En la oficina. Esposado a una silla y con más moratones que Rocky al final de cualquier película. En esto, entró él en el despacho.


No era el típico trajeado. Más bien era como alguien que has visto en la tele. Otro prototipo. Cara de tiburón, mirada fría, traje... pinta de estar estresado y de echarte la culpa.

Vació la caja delante de mí. Había un montón de chapas doradas. De esas que llevamos en las solapas (V, V-1... el trébol de Jefe de Equipo...) chapas de pechera con nombres que no eran el mío. Chapas en las que ponía el nombre de la compañía, pero de delegaciones distintas: Galicia, Cataluña... y de otros países, Perú, Méjico, Portugal, Italia... placas identificativas y insignias de agente de varios países... todo aquel metal dorado y plateado no podía traer nada bueno.

- Chico, la has montado buena. He visto pocas veces a alguien montar el pollo que tú has montado. Lo mejor ha sido cuanto ha costado cogerte.- Parecían las últimas palabras que oye un reo de muerte. Parecía que en cualquier momento me iba a ejecutar. Un tiro entre los ojos o algo igual de siniestro. Sin embargo, lo más aterrador de aquel jefe era que no cambiaba la expresión de su cara. Una sonrisa malévola, o una vena hinchada en la frente y habría relajado el esfínter, pero aquel tipo era un maldito témpano de hielo.
- Sólo tienes una opción al despido pactado, y es unirte a los ‘chicos gloriosos’ (en la jerga del sector es como se denomina a los ‘Servicios Especiales’) tú eras el que hacía chistes sobre el Principio de Dilbert; eso de que se asciende a quien la caga para que no haga tanto daño. Si te apuntas, verás que no es exactamente así como hacemos las cosas.

- ¿Está hablando de hacer domicilios y acompañamientos?... –tartamudeé-

- Eso es lo que queremos que crean. En realidad los SE (a los jefes les encanta pronunciar los acrónimos... creen que les hace parecer militares...) nos dedicamos a ‘crear demanda’. Otro chistecito tuyo ¿No? Le habían dado la tunda a José Luis Moreno y no se te ocurrió otra que decir que deberíamos subvencionar a las bandas de albano-kosovares. Ya sabes tus opciones... y si decides coger la puerta date cuenta de que no te va a creer nadie.

Bueno. Nunca fui un tipo del todo decente. No creo en el karma, ni en un dios justiciero que me pondrá en mi sitio. Lo de financiar a los ladrones de casas lo había dicho en privado, y con la que está cayendo no me apetecía nada volver a casa de mis padres. Así que no pude hacer otra cosa que sofreír al Gran JefeTiburón, estrechar su mano y no soltar ni media.

 

Ahora los señores clientes se iban a enterar de lo que significa ‘venta de protección’.

La Batalla del Ebro (Jorge María Reverte)

La Batalla del Ebro (Jorge María Reverte)

Sigo rellenando. Cosas que pasan. Principalmente porque me ha mantenido ocupado la investigación prospectiva sobre los cereales como elemento estratégico. ¿Mi conclusión? ¡que la cerveza se va a poner por las nubes!


Por lo demás, he podido leer el maravilloso libro de Jorge María Reverte sobre la batalla del Ebro. Un libro que me ha emocionado y cuya lectura recomiendo a quienes buscan un análisis imparcial y riguroso de los hechos acontecidos en una de las batallas más largas de la Historia de España. Hago esta entrada de memoria porque lo leí hace un par de años, y porque he constatado hace unos meses que Murci me ha perdido el libro.


Dato a destacar es la inclusión de los partes del frente de ambos bandos, en los que frases como “Sin novedades destacables” o “Corrección del frente” llaman la atención del lector sobre lo que querían callar quienes redactaban dichos informes. Las duras condiciones de batalla, en particular en el bando republicano, aunque no en exclusiva; y la especial relación con las tropas marroquíes (no perdonaban a nadie y nadie les perdonaba pese a su “Paisa, yo no he matado a nadie”) son cosas a destacar, en mi humilde opinión, dentro de un relato rico y variado que aborda los preparativos, los tres meses y pico de batalla y las consecuencias.


A lo largo del libro encontramos hechos que pueden rozar la comedia, como la historia de los voluntarios irlandeses, alistados con el bando nacional, cuya única condición era no combatir contra vascos, por ser estos muy católicos. Miramientos que no tuvieron durante la Batalla de Madrid, indica el autor, cuando confundieron una unidad italiana con soldados republicanos.


Los hechos de la retaguardia completan el relato, la inestabilidad en Cataluña, las incursiones aéreas, la aportación alemana al bando de Franco, y la cabezonería del pequeño gallego, con la opinión en contra de gran parte de su estado mayor, para prolongar la batalla, pues tenía allí inmovilizado a gran parte de las fuerzas de la República. Un “choque de carneros” que desgastó a ambos bandos, pero que no logró prolongar la guerra lo suficiente como para provocar una intervención internacional a gran escala, como habría sucedido de estallar la Segunda Guerra Mundial.


Se trata, pues, de un relato lleno de emotividad, y de gran valor para quienes no hemos vivido esa época.


El Mariscal Rommel (Lutz Koch)

El Mariscal Rommel (Lutz Koch)

Por eso de rellenar (hace más de un mes que no actualizo esta cosa... ¡Menudas telarañas!) me ha dado por insertar en este blog la biografía del Mariscal Edwin Rommel, de Lutz Koch, un libro que me ha cautivado.

Sobre el autor cabe decir que es un personaje que, pese a su humildad, resulta tan interesante como el protagonista. Se trata de un periodista, un corresponsal y amigo personal del Mariscal que, a parte de ensalzar la imagen de Rommel, defiende en todo momento su memoria ante el destino injusto que sufriese uno de los personajes más destacados de la Segunda Guerra Mundial.

El libro no es tanto una biografía (existen otras en las que abundan los detalles sobre su infancia y juventud… “el osito blanco” le llamaban de niño debido a la palidez de su piel, lo cual explica que incluso durante su destino en el Norte de África se le retratara a menudo con su abrigo de cuero y su gorra de plato), sino más bien la narración de su evolución moral, de su madurez como personaje público (convertido en tal por la propaganda nazi), es decir cómo pasó de ser el héroe del III Reich, el más joven Mariscal, victorioso líder del Afrika Korps, victorioso Teniente de los Gebirgsjäger (tropas de montaña) en la Primera Guerra Mundial y el terror de los Aliados, que le apodaban “El Brujo”, a convencerse de que la guerra no podía acabar bien para su país mientras Hitler siguiese en el poder.

El texto de Koch no se detiene sólo en Rommel, sino que investiga en parte de los conjurados del 20 de Julio (el atentado al que sobrevivió Hitler), en los que, al parecer, podrían haber estado implicados los principales Generales alemanes (Von Manstein y Von Kluge, que se echarían atrás en el último momento pese a que este último expresó su deseo de acabar con el dictador alemán desde 1942). También aborda las discusiones de Rommel con otro de los genios militares alemanes de la época: Guderian, autor de Atchung Panzer, y considerado el padre de la Guerra Relámpago, acerca de la Doctrina estratégica que debió seguir Alemania desde 1942. Mientras que éste insistía en una doctrina ofensiva y en hacer hincapié en la construcción y desarrollo de carros de combate, Rommel se decantaba por una actitud defensiva, y en el desarrollo de medios para tal fin, como artillería y armamento anticarro para infantería. Cabe decir que aunque fuese un especialista en blindados, al contrario que Guderian su fuerte era la infantería; de hecho escribió un libro titulado “La infantería ataca”.

La parte más dura del libro es evidentemente la de las represalias del gobierno nacionalsocialista contra los conjurados, que tuvo por consecuencia el infame envenenamiento del Mariscal, que no tuvo nada que ver con el apresurado atentado. Debido a que estaba convaleciente de las heridas sufridas en un ataque aéreo aliado. De haber seguido al mando del Grupo de Ejércitos B, probablemente habría replegado las tropas hacia Alemania para expulsar del poder a los nazis, pero esto no deja de ser una opinión de Koch.

El autor se ceba merecidamente con los llamados Generales del Partido, Jodel, Keitel –que destacaban por su servilismo a Hitler y por ser un par de negados para las labores estratégicas- (e incluso se atreve a incluir a Kluge y Guderian); militares que, sobornados por Hitler con una curiosa costumbre (regalar grandes sumas de dinero o bienes inmuebles en el caso de Guderian) que denomina “la maldición del oro”: Hitler compraba literalmente la lealtad de los generales que temía o que quería controlar (aunque otros como Rommel no cobraron jamás otra cosa que el sueldo reglamentario y otros como List rechazaron una y otra vez estos regalos, e incluso llegaron a pedir su destitución al estar en desacuerdo con las órdenes del dictador).

El libro nos regala escenas maravillosas, dignas de una película cómica, como cuando Rommel va a Roma en 1942 a pedir más suministros a Mussolini. Resulta una secuencia desternillante ver al pobre Rommel pedir más seguridad a los convoyes, aviación de apoyo, tropas de refuerzo y pertrechos, cuando el dictador fascista hacía pasar al ministro de turno para comunicarle la petición, y que éste hiciese una reverencia y exclamase “va bene, va bene”, para acto seguido dar media vuelta y marcharse. Rommel salió convencido de la reunión de que no llegaría ni una sola división ni una sola pieza de repuesto a Trípoli tras tantas promesas.

Otras escenas son los ataques de ira del Mariscal en cuanto le mencionaban a la Luftwaffe, en especial si le mencionaban a Goering o a Kesselring, o su opinión sobre Von Ribbentrop (Ministro de Exteriores del III Reich) al que consideraba “el mayor imbécil que jamás hubiese dirigido la política exterior alemana. Personalmente me ha afectado la imagen que ofrece Koch de Canaris, el director de la Abwer (el servicio secreto nazi). Le tenía por un eficiente jefe del espionaje que, de hecho desbarató el intento de golpe contra Hitler, y precipitó los acontecimientos para que el atentado se adelantase y capturar a toda la organización con las manos en la masa. Claro, que si fallaba y Hitler moría no perdía nada… Sin embargo, le hecho de que no tuviese contacto alguno con la conjura del 20 de Julio, y su cooperación con Goebbels en la desarticulación de a conjura ha empeorado su imagen ante mis ojos.

Finalmente, recordar escenas imborrables, como las entrevistas de Koch con Hitler, de la mano de Goebbels y Dietrich (el director de prensa de Hitler), en las que relata qué hacían Hitler y su camarilla: Cena, conversación, comentarios sobre la prensa británica (no tiene desperdicio leer los insultos que dedicaba a Churchill), y luego se tomaban un licor mientras veían filmaciones de la artillería alemana en el Frente del Este (digo yo que eso le entretendría), tertulia, café y cigarro, o costumbres de los generales del Frente Oriental en la última etapa de la Guerra: Zukov tenía por costumbre comunicarse con su enemigo: Modell le enviaba telegramas sugiriendo lugares por donde atacarle, a los que éste respondía que preferiría sorprenderle (conozco otra anécdota parecida, durante la Batalla de Berlín, Zukov mandó a un oficial de comunicaciones telefonear al Ministerio de Propaganda y preguntar a Goebbels cuánto pensaban resistir, y por dónde abandonaría la ciudad… lo divertido es que el Ministro nazi de Propaganda le cogió el teléfono y respondió enfadadísimo que resistirían y que Alemania vencería en Berlín…).

En resumidas cuentas, un libro excelente sobre un personaje fundamental de la Historia Militar del siglo XX. Experto en ardides, y con una excelente visión táctica y estratégica, Rommel demostró que en la guerra dos más dos no siempre suman cuatro, y que, aunque fuese el segundo personaje más célebre para el pueblo alemán en ese momento, su evolución moral lo coloca muy por encima de cualquier nazi. La guerra era para él una disputa entre caballeros, un enfrentamiento regido por normas a respetar por parte de los contendientes. Una lección que cabe recordar en estos primeros años del siglo XXI.

Las fotos que ilustran el libro son obra de F. Moosmüller, os añado una firmada por el propio Rommel)

UN AÑO MÁS VIEJO

UN AÑO MÁS VIEJO

No cabe duda, lo he revisado tres veces. He cotejado las fechas y no me queda otra que cumplir años. ¡Qué putada! Putada por ser un pelín más viejo, por dejar de ser niño prodigio (si es que lo fui) y por no haberme convertido en rockero. Me alegro, por otra parte, de no haberme dedicado a la música moderna, más que nada porque muchos de ellos palman a los 27... ¡He sobrevivido! ¡A joderse Janis Joplin!

 

Tras las típicas llamadas de felicitación (estar alejado de la familia durante dos años convierte toda fiesta de guardar en un ritual de telecomunicaciones) y la típica coña de mi cuñado acerca de cuándo me caso (ni que hubiese robado un banco) he concluido que me alegro de ser tan mayor. Es un decir. Ahora toca jugar un par de años en un equipo de Bahrein y luego a gozar de mi retiro... No, mierda, tampoco me he convertido en futbolista.

 

Un aspecto positivo: Baby ha decidido regalarme libros. Al parecer, Terry Pratchett ha escrito una especie de continuación de “¡Guardias! ¿Guardias?” titulada “Hombres de Armas”, que propongo que sean una especie de Pentateuco del Segurata (aunque tendrá que escribir otros tres libros más). Me siento muy identificado con los personajillos de la Guardia Nocturna de Ank-Morpork, creo que estos dos libros deberían ser la Biblia de la seguridad privada hasta que El Dioni aprenda a escribir y nos regale la fórmula para pirarse con un furgón blindado lleno de pasta.

 

El caso es que entre los libros que trajo la niña a casa se encontraba uno muy especial: “El Guardián entre el Centeno”, cuya leyenda negra lo vincula con algún que otro célebre asesino. Hmmm... me pregunto qué cara pondrá un empleado modélico, aficionado a la lectura, cuando vaya a pasar un control de accesos una mañana cualquiera y vea que el pálido y ojeroso vigilante de seguridad que le toma los datos tiene un ejemplar de este libro sobre la mesa de la recepción. Supongo que el susto sólo será comparable al de ver un libro sobre la Guerra de los Seis Días con Moshe Dayan en la portada, dado que hay pocas cosas en el mundo que acojonen tanto como un buen parche en el ojo.

 (N.B. No sabía qué imagen poner, así que me he propuesto colar la más chorra que he podido encontrar)

¡ALELUYA! ¡TENGO RAZÓN!

¡ALELUYA! ¡TENGO RAZÓN!

Parece mentira que el origen de todo esté en una prohibición. Es como si existiese algún, tipo de ley de continuidad temporal, por la que todo acto, por tonto que parezca, deba conducir al caos de manera irremediable.

 

Todo empezó, quizá, el día en que mi madre me prohibió ver en su casa los programas de telepredicadores… o quizá el día en que me prohibió fumar en casa. Un día estás tan tranquilo, aburrido, sin fumar… decides abrir una cerveza y poner la tele. Mis hermanas, desde que se emanciparon, han podido fumar problemas en el salón de casa pero, como un servidor al parecer vivía allí, el humo que salía de mis pulmones, no del de mis hermanas, resultaba molesto. Así, que las sesiones de aburrimiento televisivo estarían, unos años antes de la Ley Anti-tabaco, libres de humos.

 

Por lo tanto, como iba diciendo, decides abrir una cerveza, no encender un pitillo, y ver qué se lanza al mundo través de las ondas. No sé hasta qué punto puede alguien aburrirse sin fumar, pero la salvación tenía acento centroamericano, vestía trajes raros, y resultaba divertidísimo… máxime cuando el contador de donativos enviados por teléfono no paraba de moverse cada vez que un capullo repeinado, de esos que ven a Dios sin necesidad de darse un golpe en la cabeza con la fría loza del lavabo, gritaba ¡Aleluya!... Poco después, y sin haber mandado un solo dólar por teléfono, podía considerarme un adicto.

 

Era un hecho: Me gustaba ver programas de telepredicadores. Me gustaba ver cómo un caradura se quedaba con un montón de gente tan tonta como para  confiarle su dinero a alguien que les grita en el nombre del Señor… era como si a Federico Jiménez Losantos gente le mandase dinero a la emisora, en lugar de figurar como impactos en una ecuación que permitiese establecer le coste de un anuncio durante las horas que dura su sesión matinal de insultos y conspiraciones. Pero todo acabó con la llegada de mi sobrino.

 

Seré un pelín más preciso: todo acabó la tarde en que mi hermana trabajaba y cuñado, un vago redomado, estaba lo suficientemente ocupado como para no encargarse de su propio hijo. Así pues, le pequeño demonio asaría la tarde en casa de la yeya... y mi desahogo neocristiano tocaría a su fin. El problema no es que viese la tele con el niño... ni siquiera que bebiese cerveza delante de él (¡Juro que nunca le di un sólo sobro!). El problema es que nos divertíamos: Cada vez que el telecapullo repeinado decía el nombre del Señor todopoderoso, el histérico público gritaba ¡Aleluya!, cada vez que el público gritaba ¡Aleluya! yo gritaba ¡Aleluya!... y el niño le pilló la gracia a la cosa, por lo que él gritaba aleluya también. Al principio después de que yo lo gritaba, pero poco a poco nos fuimos coordinando como una panda de fanáticos latinoamericanos renacidos al cristianismo protestante que han visto un milagro recientemente... claro que el niño se divirtió con la experiencia, y cuando algo le parecía divertido en el cole, iba y empezaba a gritar “¡Aleluya! ¡Demo-grasssias al señol!”, acaba por llamar la atención de la profesora... y como detrás de cada profesora de primaria hay todo un psicólogo infantil luchando por salir, decidió preguntar a la sufrida madre cómo creía que estaba educando a su hijo, lo que la madre (a todo esto mi hermana) le fue con el cuento a Mi Madre (a todo esto la yeya) justo otro día en el que la anterior trabajaba y había dejado al tierno infante (¡Aleluya!) en casa de esta última... Los primeros gritos que mi sobrino y yo dimos al comienzo del sermón (un evidente y fervoroso ¡Aleluya! perfectamente coordinado) dieron a mi santa madre una perfecta explicación de lo que pasaba y, pronto, dejaría de ocurrir.  Claro, que mi hermana le acababa de hablar del extraño e iluminado comportamiento del niño en clase, y justo al colgar el teléfono giró la cabeza... ver a su nieto llevar a su hijo una cerveza helada al grito de ¡Aleluya! es un indicio suficiente de que la influencia de un tío irresponsable puede empeorar la imagen familiar de cara a una educadora infantil y su diplomatura en magisterio.

 

Después de la bronca nunca más pude ver telepredicadores en casa de mi madre... por lo menos me respetó la cerveza, por lo que tenía que buscar una alternativa cuando no podía salir de farra con mi gente del gimnasio. La alternativa, algunos le conoceréis, se llama Don Francisco. Los vídeos de los programas del tal Don Francisco, fueron popularizados por Alfonso Arús, que se partía de risa oyéndole hablar. Independientemente de si eso constituye o no un insulto al habla canaria o una señalización sobre la dicción de los seniors patrios (y aquí resulto un pelín nacionalista), el caso es que resulta divertido verle hablar en su televisión (porque se trata de uno de esos canales locales cuyo impacto trasciende más allá de la ciudad para alcanzar los confines de Internet), y, además de oírle, ver a la fauna urbana (y generalmente senior) que sacaba a relucir. Mi santa madre no veía bien que viese esas tonterías por la tele, ni que me riese de la forma de hablar de quien no pasaba de ser un viejo sin cultura y con demasiada pasta (básicamente el típico jefe que me encontraré a lo largo de toda mi puñetera vida).

Y llegó el día: Formados ante la mesa del despacho que Don Francisco debe hacer pasar por el salón de su casa, escoltado por la bandera (oficial) de Canarias y la de Las Palmas (me refiero a la bandera de la ciudad, no a la del equipo de fútbol), y con unas  figuritas de perros como los de la Plaza de Santa Ana sobre la mesa (en probable contraste con la bailaora y el torito braaavo que todo buen español tiene encima de la tele), Don Paco moderaba un debate entre un tipo con bigote que apenas hablaba, y otro algo más mayor... el típico tipo que va de inteligente, vistiendo traje y repeinándose hacia atrás, que utiliza palabras como inclusive, en lugar de incluso, con la única razón de parecer más listo. Sólo una cosa me llamó la atención de este debate. Una frase:

 “Las aguas archipielágicas[1] son ricas en recursos minerales, INCLUSIVE petróleo”

Después me olvidé. Era verano, y la conjunción de calor y humedad afectan a mi memoria. Tocó volver a casa por Navidad, y el debate de Don Francisco,  Joe “el Mudo” y Bill “el Archipielágico”, mis tíos vinieron a recogerme del aeropuerto, y les acompañaba mi madre, que se sentó conmigo en el asiento de atrás. Acababa de soltar la típica frase de recién subido en el coche de mis tíos camino de casa desde el aeropuerto (“Bueno... ¿Qué me he perdido”?) cuando mi madre irrumpe con toda tranquilidad en mi esperanza de anodino relato sobre obras en la capital, nuevos centros comerciales y algún pintoresco escándalo: Cariño, tenemos petróleo en Canarias.

 Para cagarse. He visto cosas raras en mi vida. En mi tierra he visto cosas aun (si cabe) más raras... pero lo último que esperaba (a no ser que después saliese un tipo de la nada para decirme que era un programa de cámara oculta) es que hubiese petróleo en Canarias. Sí, Bill “el Archipielágico”, con su gomina y su traje... y su INCLUSIVE, tenían razón. ¿Por qué coño me tiene que pasar esto a mí? ¿Cómo es posible que, cuando caigo en la cuenta de que la ciencia tiene las respuestas más probablemente ciertas, un freak que va de listo acierta el Gordo de la Lotería?  Algo ha alterado el continuo espacio-tiempo... y la culpa es de mi madre por no dejarme ver a los teletimadores... ¡Y por lo del tabaco!


[1] Bonita palabra. Si antes resulté nacionalista ahora os vais a cagar: Existen dos tipos de persona, los canarios y los extra-archipielágicos. ¡Toma ya!

En realidad la palabra existe,  al parecer Canarias carece de aguas territoriales al no tener la decencia de ser un país independiente, por lo que las únicas aguas que pueden gestionar sus autoridades son las “Aguas archipielágicas”, léase los trechos de mar que existen entre isla e isla.

TYRANNUS MAXIMUS

TYRANNUS MAXIMUS

La vida da unos giros del todo inesperados. Es la manera en la que su curso de enriquecimiento de vocabulario (en 101 sencillas lecciones grabadas en cassette) le enseñó a decir que la vida es una mala puta que da unas puñaladas de la hostia. Así pensaba Mauricio. Cuarentón. Sin afeitar. Segurata.

 

La sociedad, como la vida, es otra mala puta que cambia de parecer cuando le viene en gana y no te enteras hasta el último puto momento. Sí, ¿Quién le iba a decir a todos esos cabronazos, que compraron un título universitario con el dinero de papi, que se les acababa el chollo? A ver, ¿Quién cojones les avisó? ¿Una línea 906? ¡Anda ya! Estaban tan sorprendidos como las hordas de currelas cabreados que les lincharon el día D a la hora H. Y es que estaba claro que la cosa no podía seguir como iba.

 

Corrupción, escándalos, amiguismo, más enchufes que en la General Electric... un día la gente se hartó. Dijo que ese era el límite. ¿Ganar mil euros al mes cuando los gastos medios de una familia superaban los mil quinientos? Los primeros en caer fueron los banqueros. Pero además resultó que por la tele no ponían nada bueno... excepto los anuncios, spots que duraban segundos y que gritaban a pulmón abierto ¡CONSUME! ¡CONSUME!... quizá los publicistas no eran tan culpables, pero también sufrieron la ira de las masas cabreadas. Por supuesto hubo quien saltó en defensa del estado de derecho, sobretodo del estado de derecho a la propiedad... el linchamiento de los abogados fue una de las partes más divertidas del proceso ¿Dónde está ahora tu Rólex, Borja Mari?. La lista negra siguió avanzando... había más grupos profesionales que secciones en los programas de Juan Antonio Cebrián, más que extras en un utilitario urbano de fabricación japonesa: Curas, periodistas, magnates de la construcción, informáticos venidos a más... Sólo paramos cuando no encontrábamos a nadie más con quien desahogarnos. Es lo que llamamos evolución.

 

Después, una panda de freaks amantes de la ciencia ficción dijo que había tecnología suficiente para una tercera revolución industrial (incluso para una cuarta) ¿Por qué no aplicarla en la administración? Al fin y al cabo los ordenadores no se corrompen, no sabrían qué coño hacer con un sobre lleno de pasta, ni con maletines rebosantes de billetes... siempre puede haber un hijo de puta con un ordenador y demasiado tiempo libre como para crear el caos, pero la correcta explicación del concepto CRUCIFIXIÓN INVERTIDA EN LA PLAZA PÚBLICA suele volver muy suave a la mala gente... suele convertirlos en dóciles mascotas, en ositos de peluche... en buenos ciudadanos.

 

Esa fue la solución ¿Hay un trabajo en el que es muy fácil caer ante la tentación del maletín bajo la mesa? Que lo haga una jodida cafetera llena de cables... al menos no veríamos a diario en la tele cómo esos cabrones se forran a nuestra costa. El único problema es que las máquinas (por mucho que fuésemos hacia una sociedad cibernética) necesitan mantenimiento: Se llenan de polvo, hay que cambiar piezas, los ventiladores se obstruyen, las alarmas de temperatura empiezan a sonar...  Así llegamos a la búsqueda de un técnico informático vitalicio, con un sueldo decentito y una advertencia:

 

Cualquier manipulación que afecte a los deberes públicos de este superordenador será correspondida con una ejecución sumaria[1] por parte de los tres vigilantes de turno

Ése era su trabajo. Ya lo dijo Anthony Burgess: Tres chicos en edad de trabajar. Lo más divertido es que todos se conocían desde hacía tiempo. Al menos desde el colegio. Las tres figuras corpulentas (bueno, con algo de panza) que daban vueltas al rededor de LA GRAN PUERTA PROHIBIDA y que vigilaban al pequeñín, al gordito de gafas, al mismo puto chiquillo que no había recibido más que collejas a lo largo de toda su vida. Años y años quitándole posibles novias, robándole el dinero de su almuerzo, secuestrando sus apuntes antes de los exámenes, copiándose de él en otros exámenes, arrinconándolo en el puesto de portero para el equipo de fútbol sala, hinchándolo a balonazos en los morros... joder, qué curioso que el puesto de mayor responsabilidad dentro de esta nueva sociedad recayese en un cerebrito venido a menos.

Todos los días llegaba escudado tras sus enormes gafas, con su mono amarillo y su estúpida gorra marrón. No es que el uniforme de vigilante de LA GRAN PUERTA PROHIBIDA fuese gran cosa, pero brillaba en la oscuridad... ¡Y tenía una gorra de plato! Eso es lo que su curso de enriquecimiento del vocabulario denominaba Símbolo de Status.  

Todos los días, repito, venía cargando su maletín, su ordenador portátil, un Tupperware con la comida que le preparaba su madre... (¡A los cuarenta! Por Dios...) y todos los días se quedaba sin almorzar, como si estuviese aun en el colegio, porque los tres grandullones malos del patio le quitaban la fiambrera. Sin hablar de alguna que otra colleja... por los viejos tiempos. Mirándole a la cara (aun conservaba las pecas y algo de acné) nadie podría sospechar que tramaba algo...

 

Ese día hacía calor... calor y humedad, excepto más allá de LA GRAN PUERTA PROHIBIDA (el superordenador tenía un aire acondicionado cojonudo... tan cojonudo que necesitaba un mogollón de energía... la suficiente como para dejar al resto de la ciudad sin aire acondicionado). Esto era, evidentemente, aprovechado por el noble equipo de seguridad bajo la máxima de “SI TENEMOS QUE ESTAR DOCE HORAS DE PLANTÓN ANTE UNA (PUTA) GRAN PUERTA PROHIBIDA, AL MENOS ESTAREMOS FRESQUITOS”. Así que, con unas birras de estrangis de por medio, andaban los tres esforzados ciudadanos sentados en sus sillas plegables de jardín (también de estrangis), observando a un pringado de toda la vida teclear ante LA GRAN PANTALLA. –¿Qué haces Teddy?-  le preguntó Mauricio intrigado. Aquello no se parecía en nada a lo que solía hacer diariamente... no estaba cambiando ventiladores, ni midiendo temperaturas, ni quitando el polvo de las piezas internas de ninguna gran caja de plástico y metal. –Nada, señor, simplemente...-.

 Fue simplemente ver acercarse a aquella mole collejeadora de empollones, con su vistoso uniforme y su goma semi-rígida saliendo del tahalí dispuesta a enseñarle, una vez más, quien mandaba en la sala que guardaba LA GRAN (PUTA) PUERTA PROHIBIDA. No deberían estar allí, al menos en la misma medida en la que él no debería estar tecleando, así que, antes de salir por pies, decidió reiniciar por el método de emergencia la unidad central que no podía piratear en los segundos que le quedaban... el método de emergencia era manual... o más bien pernal: Tres coces en las tripas de aquella máquina, llenas de coloridos cables y trocitos de plástico verdes, marrones y negros. Mauricio no llegó a acabar el grito de ¡Me cago en tu puta madr...! antes de que la ciudad se quedase K.O. Todos hemos besado la lona alguna vez ¿No?, no es necesario explicar el proceso. Un fundido a negro y despiertas mareado sin saber exactamente qué demonios ha pasado.  Para abreviar: Se apagaron todas las luces.

La vida da unos giros del todo inesperados. Es la manera en la que su curso de enriquecimiento de vocabulario (en 101 sencillas lecciones grabadas en cassette) le enseñó a decir que la vida es una mala puta que da unas puñaladas de la hostia. Así pensaba Mauricio. Cuarentón. Sin afeitar. Y ya no era segurata.

 

La sociedad, como la vida, es otra mala puta que cambia de parecer cuando le viene en gana y no te enteras hasta el último puto momento. Y si no ¿Quién entre toda esa panda de vagos estafadores que leen las cartas y adivinan el futuro iba a predecir que el pringado del colegio iba a esperar treinta jodidos años para vengarse de toda la sociedad?. Y sobretodo: ¿Para qué coño necesitaban tantos enormes sillares de hormigón, granito y mármol?.

 

Cuando alguien se hace llamar Excelentísimo Iluminado todos podemos pensar que se trata de alguien apocado con un terrible complejo de inferioridad. Cuando ese alguien adquiere además el título de Tyrannus Maximus, se añade el pensamiento de que no desea compartir el poder... y cuando se sabe (desde el cole y el instituto) que al Excelentísimo Iluminado y Tyrannus Maximus se le daban mejor las ciencias que las letras, el curso de enriquecimiento del vocabulario indica que se trata de alguien que sólo conoce dos palabras en latín... que no se le daba demasiado bien esa asignatura (todos los empollones fallan en algo) y que alguien, sabiendo que sólo había memorizado esas dos palabras de ese noble idioma, podría haberse anticipado a la jugada, que podría haberlo evitado.

 

Era de los pocos supervivientes de entre los ilustrados: Tanto tiempo libre entre sustitución de ventiladores, había dado al Excelentísimo Iluminado tiempo para leer sobre la denominada Historia actual de Extremo Oriente... de hecho le había dado tiempo para sacar una conclusión: Lo primero que debe hacer un Tyrannus Maximus nada más llegar al poder es quitar de en medio a todo el que supiese leer: Pol Pot lo sabía... él también. Claro que, los altos índices de alfabetización de esa sociedad habrían complicado su programa de obras públicas[2], por lo que decidió ejecutar a todo aquel que desempeñase una labor que le exigiese leer por algo distinto a la voluntad propia.

 

Mauricio se quitó el sudor de la frente mientras miraba el ciclópeo rostro del nuevo líder entre las decenas de enormes pirámides en construcción. El ejercicio de precisión de reproducir exactamente las gafas de culo de vaso y el acné había costado la vida a cuatro de los cinco ingenieros y arquitectos a los que se encargó el proyecto... el quinto palmó por equivocarse unos centímetros al colocar un grano de acné. La obsesión por la antigua Grecia y el Egipto de los faraones fue otra cosa que debieron ver los psicólogos de la empresa y los jefes de recursos humanos... ahora sus cabezas reposaban a las puertas de palacio ensartadas en sus respectivas picas.

 

Un pensamiento (probablemente originado gracias al curso de enriquecimiento de vocabulario) le cruzó la mente antes de recibir el latigazo de un capataz muy cachas (y un coeficiente intelectual inversamente proporcional a su masa corporal):

 ¿Informáticos? Nunca te fíes de alguien que no puede justificar que su labor es imprescindible

 

En fin, que la vida da unos giros del todo inesperados. Es la manera en la que su curso de enriquecimiento de vocabulario le enseñó a decir que la vida es una mala puta que da unas puñaladas de la hostia. Así pensaba Mauricio. Cuarentón. Sin afeitar. Esclavo para la construcción de pirámides.

 Menudo hijo de puta.


[1] Lo de ejecución sumaria tiene su explicación: Los jueces y los abogados se parecen mucho... sobretodo a ojos de una turba linchadora de juristas. 

[2] En realidad tenían poco de públicas... más bien eran privadas, o para ser exactos PARA SU EXCLUSIVO DISFRUTE PERSONAL.

ACTIVIDADES OUTDOOR

ACTIVIDADES OUTDOOR

Estoy leyendo la novela de Terry Pratchett y Neil Gaiman “Buenos presagios”, y, aunque no la he acabado aun, he de señalar un desternillante capítulo: Los dos protagonistas, un ángel caído y otro (un ángel de los de toda la vida... excepto que vende libros viejos) van a buscar el hospital de monjas donde ha nacido el Anticristo once años antes para saber el paradero del niño.

 

Cuando llegan, se encuentran con que la instalación ha sido “reorientada” hacia otros fines... de hecho, la única monja que se quedó en el lugar, la dirige ahora como casa de campo para actividades de recreo. Ángel y demonio, se dan de narices con que están rodeados por un grupo de personas armadas que visten ropa de camuflaje: Se trata de un grupo de empleados que realiza una de esas actividades al aire libre para fomentar el espíritu de equipo. Ni más ni menos que una batalla por equipos con pistolas que disparan pintura. Tan profesional es el ángel caído, que hace uso de sus poderes para sustituir las pistolas de verdad... con munición real.

 

 El contingente de Gestión Financiera yacía en el suelo boca abajo tras lo que había sido una guasa, aunque no se les veía muy divertidos.

-         Ya dije yo que no se podía confiar en esa gente de Adquisiciones –dijo el subdirector de Finanzas-. Qué cabrones. 

[...]

-         ¿Cómo está?

El Ayudante de Dirección de Pagos volvió hacia él el rostro ojeroso. –Bastante mal- dijo-. La bala las ha atravesado casi todas. La Access, la del Barclays, la Dinners Club... todo el montón.

- La American Express Oro la ha frenado – Constató Wethered.

El gerente de Auditoría Interna abrió la boca para decir algo razonable, y no lo hizo [...] Veinte años dándole a la manivela a la maldita calculadora manual, cuando los de Planificación usaban ordenador. Y ahora, por razones desconocidas, pero posiblemente relacionadas con la reorganización y el deseo de librarse de los gastos de jubilación anticipada, les estaban pegando tiros.

Los ejércitos de la paranoia desfilaban ante sus ojos.

[...]

Miró a sus cinco hombres.

-         ¡Vamos chicos! – exclamó- ¡A por esos cabrones!  

Me partí de risa. De hecho, no podía dejar de pensar en qué pasaría si algo similar ocurriese en la oficina de Júbilo:

 

"Atrincherado tras un escritorio volcado, y usando como escudo el monitor cabezón de su ordenador, le becario de la Agencia hacía lo que mejor se le daba: Escurrir el bulto y esforzarse en llegar a viej... senior, cuando, a su lado, Neddy aparentaba aplicar los conocimientos ganados a base de años como monitor de Boys Scouts... sin embargo, los conocimientos que aplicaba se los había dado el trabajar en Libertad Digital: Ninguna otra redacción es mejor para aprender a fabricar cargas de SEMTEX casero para volar el pasillo que comunica ambas partes de la oficina y poder crear una inexpugnable posición defensiva...

 

El primer disparo lo había recibido el jefazo cuando trataba de mediar entre los contingentes de Redacción y de Administración, un certero disparo en la única zona vulnerable a las bolas de pintura, los ojos, disparado de forma certera por Lee Harvey, que se había apostado en una zona estratégica y cambiaba de posición tras cada tiro. Ahora el bueno del francotirador se encendía un cigarrito tras un trabajo bien hecho: ¿Quién coño le iba a abroncar por fumar en la oficina si nadie con más autoridad que él autoridad podía verle hacerlo?

 

Las chicas de Creatividad y Diseño Gráfico (y su becario) buscaban en Internet alimentadores de munición con mayor capacidad, mientas el resto de redactores, guiados por El Modernillo y la Jefa (que no querían mancharse) exploraban los conductos de ventilación para preparar una contraofensiva por sorpresa. Demasiado trabajo para tan sólo tres minutos de tiroteo: El presidente editor de baja por ceguera, dar patadas en el culo al becario de la Agencia para que ayudase con el fuego de contención, rezar para que el Redactor Jefe de Información on-line acabase de una vez sin volarnos a todos en mil pedazos. Mantener a raya a las de los departamentos de Publicidad y Comunicación al grito de ¡Corre Charlie!... Y no perder de vista a los de Seniornet, que si bien habían aceptado colaborar con un ataque informático que conectara los aspersores del sistema contra-incendios, nunca fueron del todo de fiar.

 

Al otro lado de un pasillo cruzado por miles de bolas de pintura que manchaban a velocidad supersónica, la secretaria del jefazo chillaba horrorizada, al ver que una mancha de pintura tan amarilla como la prensa de alcance nacional había mancillado su nuevo top mimetizado. Sus gritos de ¡Me han dado! ¡Me han dado! Fueron reprimidos por un grupo de compañeras, más por el riesgo de que desvelase su posición tras la barricada improvisada a base de escritorios tumbados, impresoras y monitores de pantalla plana. Entonces una explosión hizo retumbar el edificio mandando a la mierda la nueva colección de antigüedades que la tienda de chinos de la planta baja había recibido justo esa mañana. Una voz se abrió paso entre la nube de polvo, agua y cascotes del techo desprendiéndose... ¡Demos gracias-gracitas a San Alfred Nobel! ¡Os dije que hacer la mili servía para algo!.

 

Desde detrás de la barricada y el pasillo obstruido, una figura con top de camuflaje y pantalón de lycra avanzó sobre los restos de lo que en su día fue la zona de administración de un grupo multimedia dedicado por entero al mundo del mayor. Portaba una enorme bolsa de deportes, y en su cara de ángel caído, llevaba una mirada de odio que sólo se puede describir viendo al personaje de Stewie, en Padre de Familia. Una mirada de las que acojonan, con una cara de mala uva (quizá provocada por el exceso de polvo, vísceras ajenas y cascotes en su ropa), una cara de ángel caído que sólo daría más miedo si una de sus mejillas estuviese atravesada por una cicatriz de las que se asocian a las peleas a machete... una cara que no se desea ver por las mañanas.

 

La figura se quitó algunos restos de sangre y tejidos de los muslos y de su estupendo culo (no iba a escribir sobre Júbilo sin mencionarlo), y el sonido de una cremallera abriendo la gran bolsa de deportes congeló cualquier esperanza de arreglo pacífico de las controversias... era hora de pasar a la munición de guerra, a la camisa metálica, a la punta perforante de acero y tungsteno... iban a tragar punta hueca por un tubo. Giro su cabeza con su mirada curtida por horas y horas de Playstation, mientras la luz parpadeante de lo que quedaba de los fluorescentes iluminaban los seis cañones de una Gatling Minigun M-134.

 

- Chicas: Es hora de sacar a “La Impaciente” del saco."

EN HONOR A LA VERDAD

EN HONOR A LA VERDAD

He de reconocer que... bueno, quizá ponerlo en el Título en letras mayúsculas no fue suficiente aclaración: Este relato no es mío. Me lo mandó mi amiga Henar por correo electrónico (es una de tantas cosas que me manda casi a diario... y a lo mejor también se lo mandó a alguien de YONKIS.COM, o a alguien que lo publicó en YONKIS.COM... el caso es que la historia circula por las redes de correo). Pero quede claro que no soy el autor. Aquella persona a la que se le ocurrió este relato ha de reconocer la autoría -si quiere- para recibir los justos vítores por su obra, porque lo cierto es que se trata de una historia muy divertida. Ah, a los amigos de Yonkis les he pillado la imagen. Sépase.

 Aclarado quede.