La Vieja y Yo
Hay un habitante en particular del edificio donde me toca trabajar que resulta, cuando menos, cómico. Cómico o algo peor… Se trata de la portera, pero eso es un decir.
No es la portera, es la hija de los últimos porteros que tuvo la finca. No sé qué edad tendrá, pero aparenta más de ochenta… y mi abuela (en paz descanse) estaba muchísimo más lúcida que ella. Vamos, que vive en la portería y si le hace feliz puede considerarse portera honoraria, pero debería llevar 15 ó 20 años jubilada. Más o menos resulta como el personaje de Vicenta, en Aquí no hay quien viva, pero no tiene tanta gracia (y en persona huele peor)
La primera sensación que produce la vieja es de ternura, la típica señora mayor a la que adoptarías como abuelita, para hacerle compañía (aunque incluya tragarse todos los programas del corazón) a cambio de que ella te prepare galletas caseras y vasos de leche cacao… luego la hueles y pasa lo que pasa.
Además, curre que en cuanto te descuidas va ella y se chiva de, lo que cree, una negligencia o algo peor. No sé si será Síndrome de Diógenes o sólo la soledad, pero cuando sale a tirar la basura regresa al edificio más cargada… y según el carbonero guarda cajas de cartón y periódicos viejos al lado de la caldera (una caldera preciosa, de carbón y leña… de esas que echan un pestazo a humo que tiran para atrás). Lo peor (ya me lo advirtió mi compañero) es cuando vuelve de tirar la basura y te ofrece fruta para cenar… ¡A saber de dónde coño han salido esas manzanas!
Otra de las obsesiones de la vieja son los calendarios… le pide calendarios a todo el mundo. ¿Pensará empapelar el cuarto en el que vive con hojas de calendario como hizo uno de los personajes de La Profecía (éste usó páginas de la Biblia). No es así, la vieja colecciona calendarios para luego regalarlos a la gente… ¡y si un día le dices que no quieres te seguirá y seguirá ofreciéndote los jodidos calendarios! ¡Es el monstruo de los calendarios, la protagonista de la próxima peli de Wes Craven “Sé que no tienes Calendario de este año”… un encanto, en realidad es como un giro de tuerca del personaje de de Aquí no hay quien viva.
Con la llegada de las fiestas navideñas la cosa tornó a peor. Recuerdo su frase (que me permitió responder en plan John Wayne) Qué hace aquí, joven, Dios hizo el Día para trabajar y la noche para descansar… (tratad de imaginar mi respuesta: Los chicos malos quieren el día para holgazanear y la noche para robar, señora, por eso estamos aquí…
En ese plan, tras preguntarme el 23 si había comprado Lotería de Navidad (no), el 25 me preguntó si me había tocado la lotería (porque ella sí que se acuerda… me parece que más bien se hace la tonta). Esto dio pie a otra frase gloriosa: Claro que me ha tocado, señora, si yo soy segurata por vicio.
Lo malo de la vieja es cuando la monta. Hace unos días dejaron que mi compañero saliese antes… el Presidente de la empresa en persona le dio permiso. Llegó la cartera del turno de tarde y ¿quién tenía que saltarse todas las normas de seguridad? ¡Exacto! Para un día que la cartera de siempre libra y le toca a una que dejó que ella recogiese el paquete, un paquete que debe ser analizado y pasado por el scanner (valga la fantasmada) lo recoge este terremoto octogenario, se lo queda dos días en su cuartito y luego se lo da a una empleada de la empresa añadiendo es que como el vigilante no estaba en su puesto…
A mí me hizo otra. Al parecer la abuela ha provocado dos intrusiones en la instalación: Sale a tirar la basura, o a comprar o a lo que quiera que haga y, no es que deje de echar la llave, ¡Es que deja la puerta abierta de par en par! Una de las veces que lo hizo me tocaba a mí de guardia y (atención al diálogo) cuando le dije ¡Ciérreme la puerta, por el amor de Dios! Ella me empezó a gritar que le habían puesto el contenedor de basura muy lejos, que por qué tenía que cerrar la puerta habiendo un vigilante y que si yo me creía un Guardia Civil… era la primera vez que alguien me llamaba picoleto en mi puta vida, y encima era a modo de insulto por pedir por favor que cierren la puerta con llave. Menos mal que sólo uso a Anestesia para rascarme la espalda y para hacer chistes sobre enormes penes.
Mi compañero me recomendó que cuando no cerrase ella que diera yo un portazo y echase la llave. Con confianza vamos, que ella seguro que lleva la suya encima, y si no es así… pues no tengo por qué abrirle la puerta (al fin y al cabo no soy el portero del edificio). Claro que luego vienen los remordimientos (Madrid… Invierno… ¿Es nieve lo que cae?)
A veces pasan días y la vieja no rezonga por ningún lado. Mi compañero tiene una frase para estos casos: Llamaremos al SAMUR cuando empiece a oler. Cruel, contundente… ¿Qué esperabais de un par de Vigilantes? Pues la cosa va más allá: Tenemos Tácticas anti-coñazo
- Durante el turno de día, mi compañero se limita a ser arisco y gritarle que le deje en paz, que está trabajando.
- En mi caso estoy entre el disculpe, tengo que hacer una ronda (y esconderme en la escalera hasta que se ha ido) y, mi preferida, La Comunicación Periódica Constante.
- CPC: A la vieja se le oye venir (no sólo resopla por el esfuerzo de caminar, sino que cuenta cada escalón que sube o baja por el camino… ¿Y creíais que yo me volvía loco por contar las baldosas?) así que en cuanto es detectada agarro el auricular del teléfono, marco una cifra al azar (sin pulsar el botón de línea al exterior) y hago como que hablo con la central… ¿Qué dice por ahí que estoy hablando por teléfono toda la noche? Que comprueben el registro de llamadas… Lo mejor es que ella ha desarrollado un sistema de contravigilancia contra el vigilante para saber si hablo de verdad por teléfono o hablo sólo… me espía desde la escalera que da al ascensor (a mi espalda), pero yo he desarrollado el truco de la contra-contravigilancia contra el vigilante (menudo trabalenguas) al verla por el reflejo de las ventanas de mi garita. Sólo una vez me ha sorprendido… ver su cara decrépita y su pelo sucio a lo South Park me dio un susto de muerte… joder, incluso se me quitó el hambre (pero sólo durante una hora…) entonces hice como que miraba el reloj, grité ¡MIERDA! Y cogí el teléfono… estaba tan asustado (es que el careto de la abuela se las trae) que ni siquiera pulsé los botones… ella lo vio y dijo ¡Aja! ¡No está usted hablando por teléfono de verdad! A lo que tuve que responderle (acabada la conversación ficticia de 20 minutos… jodido aguante que tiene la vieja) que ése era un teléfono especial muy moderno, y que las teclas tenían un sensor fotoeléctrico que leían las huellas de los vigilantes asignados a ese servicio y marcaban el número en cuestión… estoy seguro de que ni siquiera sabía de qué coño hablaba, pero debió colar, porque al día siguiente se había olvidado de todo.
Me diréis que nos pasamos tres pueblos con la vieja. En un día normal os diría que sí, pero hay que tener en cuenta que no estamos allí doce horas al día para cuidar a esa señora, y que no somos la niñera de nadie. De todos modos, aunque en el fondo no la odio, cualquiera que crea que nos pasamos con la señora (a la que solo queremos espantar y que se limite a un buenas noches…) le retamos a que pase un turno de doce horas en uno de los días críticos de la misma… a ver si la aguanta.
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