Blogia
Me Cago En Mi Vida

¡ALELUYA! ¡TENGO RAZÓN!

¡ALELUYA! ¡TENGO RAZÓN!

Parece mentira que el origen de todo esté en una prohibición. Es como si existiese algún, tipo de ley de continuidad temporal, por la que todo acto, por tonto que parezca, deba conducir al caos de manera irremediable.

 

Todo empezó, quizá, el día en que mi madre me prohibió ver en su casa los programas de telepredicadores… o quizá el día en que me prohibió fumar en casa. Un día estás tan tranquilo, aburrido, sin fumar… decides abrir una cerveza y poner la tele. Mis hermanas, desde que se emanciparon, han podido fumar problemas en el salón de casa pero, como un servidor al parecer vivía allí, el humo que salía de mis pulmones, no del de mis hermanas, resultaba molesto. Así, que las sesiones de aburrimiento televisivo estarían, unos años antes de la Ley Anti-tabaco, libres de humos.

 

Por lo tanto, como iba diciendo, decides abrir una cerveza, no encender un pitillo, y ver qué se lanza al mundo través de las ondas. No sé hasta qué punto puede alguien aburrirse sin fumar, pero la salvación tenía acento centroamericano, vestía trajes raros, y resultaba divertidísimo… máxime cuando el contador de donativos enviados por teléfono no paraba de moverse cada vez que un capullo repeinado, de esos que ven a Dios sin necesidad de darse un golpe en la cabeza con la fría loza del lavabo, gritaba ¡Aleluya!... Poco después, y sin haber mandado un solo dólar por teléfono, podía considerarme un adicto.

 

Era un hecho: Me gustaba ver programas de telepredicadores. Me gustaba ver cómo un caradura se quedaba con un montón de gente tan tonta como para  confiarle su dinero a alguien que les grita en el nombre del Señor… era como si a Federico Jiménez Losantos gente le mandase dinero a la emisora, en lugar de figurar como impactos en una ecuación que permitiese establecer le coste de un anuncio durante las horas que dura su sesión matinal de insultos y conspiraciones. Pero todo acabó con la llegada de mi sobrino.

 

Seré un pelín más preciso: todo acabó la tarde en que mi hermana trabajaba y cuñado, un vago redomado, estaba lo suficientemente ocupado como para no encargarse de su propio hijo. Así pues, le pequeño demonio asaría la tarde en casa de la yeya... y mi desahogo neocristiano tocaría a su fin. El problema no es que viese la tele con el niño... ni siquiera que bebiese cerveza delante de él (¡Juro que nunca le di un sólo sobro!). El problema es que nos divertíamos: Cada vez que el telecapullo repeinado decía el nombre del Señor todopoderoso, el histérico público gritaba ¡Aleluya!, cada vez que el público gritaba ¡Aleluya! yo gritaba ¡Aleluya!... y el niño le pilló la gracia a la cosa, por lo que él gritaba aleluya también. Al principio después de que yo lo gritaba, pero poco a poco nos fuimos coordinando como una panda de fanáticos latinoamericanos renacidos al cristianismo protestante que han visto un milagro recientemente... claro que el niño se divirtió con la experiencia, y cuando algo le parecía divertido en el cole, iba y empezaba a gritar “¡Aleluya! ¡Demo-grasssias al señol!”, acaba por llamar la atención de la profesora... y como detrás de cada profesora de primaria hay todo un psicólogo infantil luchando por salir, decidió preguntar a la sufrida madre cómo creía que estaba educando a su hijo, lo que la madre (a todo esto mi hermana) le fue con el cuento a Mi Madre (a todo esto la yeya) justo otro día en el que la anterior trabajaba y había dejado al tierno infante (¡Aleluya!) en casa de esta última... Los primeros gritos que mi sobrino y yo dimos al comienzo del sermón (un evidente y fervoroso ¡Aleluya! perfectamente coordinado) dieron a mi santa madre una perfecta explicación de lo que pasaba y, pronto, dejaría de ocurrir.  Claro, que mi hermana le acababa de hablar del extraño e iluminado comportamiento del niño en clase, y justo al colgar el teléfono giró la cabeza... ver a su nieto llevar a su hijo una cerveza helada al grito de ¡Aleluya! es un indicio suficiente de que la influencia de un tío irresponsable puede empeorar la imagen familiar de cara a una educadora infantil y su diplomatura en magisterio.

 

Después de la bronca nunca más pude ver telepredicadores en casa de mi madre... por lo menos me respetó la cerveza, por lo que tenía que buscar una alternativa cuando no podía salir de farra con mi gente del gimnasio. La alternativa, algunos le conoceréis, se llama Don Francisco. Los vídeos de los programas del tal Don Francisco, fueron popularizados por Alfonso Arús, que se partía de risa oyéndole hablar. Independientemente de si eso constituye o no un insulto al habla canaria o una señalización sobre la dicción de los seniors patrios (y aquí resulto un pelín nacionalista), el caso es que resulta divertido verle hablar en su televisión (porque se trata de uno de esos canales locales cuyo impacto trasciende más allá de la ciudad para alcanzar los confines de Internet), y, además de oírle, ver a la fauna urbana (y generalmente senior) que sacaba a relucir. Mi santa madre no veía bien que viese esas tonterías por la tele, ni que me riese de la forma de hablar de quien no pasaba de ser un viejo sin cultura y con demasiada pasta (básicamente el típico jefe que me encontraré a lo largo de toda mi puñetera vida).

Y llegó el día: Formados ante la mesa del despacho que Don Francisco debe hacer pasar por el salón de su casa, escoltado por la bandera (oficial) de Canarias y la de Las Palmas (me refiero a la bandera de la ciudad, no a la del equipo de fútbol), y con unas  figuritas de perros como los de la Plaza de Santa Ana sobre la mesa (en probable contraste con la bailaora y el torito braaavo que todo buen español tiene encima de la tele), Don Paco moderaba un debate entre un tipo con bigote que apenas hablaba, y otro algo más mayor... el típico tipo que va de inteligente, vistiendo traje y repeinándose hacia atrás, que utiliza palabras como inclusive, en lugar de incluso, con la única razón de parecer más listo. Sólo una cosa me llamó la atención de este debate. Una frase:

 “Las aguas archipielágicas[1] son ricas en recursos minerales, INCLUSIVE petróleo”

Después me olvidé. Era verano, y la conjunción de calor y humedad afectan a mi memoria. Tocó volver a casa por Navidad, y el debate de Don Francisco,  Joe “el Mudo” y Bill “el Archipielágico”, mis tíos vinieron a recogerme del aeropuerto, y les acompañaba mi madre, que se sentó conmigo en el asiento de atrás. Acababa de soltar la típica frase de recién subido en el coche de mis tíos camino de casa desde el aeropuerto (“Bueno... ¿Qué me he perdido”?) cuando mi madre irrumpe con toda tranquilidad en mi esperanza de anodino relato sobre obras en la capital, nuevos centros comerciales y algún pintoresco escándalo: Cariño, tenemos petróleo en Canarias.

 Para cagarse. He visto cosas raras en mi vida. En mi tierra he visto cosas aun (si cabe) más raras... pero lo último que esperaba (a no ser que después saliese un tipo de la nada para decirme que era un programa de cámara oculta) es que hubiese petróleo en Canarias. Sí, Bill “el Archipielágico”, con su gomina y su traje... y su INCLUSIVE, tenían razón. ¿Por qué coño me tiene que pasar esto a mí? ¿Cómo es posible que, cuando caigo en la cuenta de que la ciencia tiene las respuestas más probablemente ciertas, un freak que va de listo acierta el Gordo de la Lotería?  Algo ha alterado el continuo espacio-tiempo... y la culpa es de mi madre por no dejarme ver a los teletimadores... ¡Y por lo del tabaco!


[1] Bonita palabra. Si antes resulté nacionalista ahora os vais a cagar: Existen dos tipos de persona, los canarios y los extra-archipielágicos. ¡Toma ya!

En realidad la palabra existe,  al parecer Canarias carece de aguas territoriales al no tener la decencia de ser un país independiente, por lo que las únicas aguas que pueden gestionar sus autoridades son las “Aguas archipielágicas”, léase los trechos de mar que existen entre isla e isla.

4 comentarios

Golfo -

Debe ser algo contagioso... de hecho, a mí me acabó gustando eso de gritarle ¡Aleluya! a la tele.

El abuelo -

Conste en acta que yo no he dicho que fuese el Gurú, de hecho no lo es.

Golfo -

Bueno, es que más de una vez he sorprendido al Gurú viendo este tipo de programas en pleno éxtasis religioso, todo fervor, sudores y aleluyas... la clave es reaccionar como si estuviese viendo porno, camina hacia atrás tratando de no hacer ruido para no incomodarle...

El abuelo -

Parece que no eres el único al que le gustan los programas de telepredicadores. A un amigo mio le dio una temporada por verlos. Me decía que se partía de la risa. Por lo visto los que más le gustaron eran los Telepredicadores de gimnasio, unos tios cachas que salían telepredicando haciendo aerobic a gritos de ¡alabado sea el señor! y ¡Aleluya!