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Quis custodiet ipsos custodes?

Recuerdo una clase de Derecho en la que un pedazo de Historia viva (un profesor muy mayor) nos hablaba del control jurídico en las fuerzas armadas y citaba una discusión en el senado romano sobre la creación de un ejército permanente. “Quis custodiet ipsos custodes?” Nos decía el veterano profesor. Tan veterano que parecía haber participado en esa discusión en el senado romano. ¿Quién vigila a los vigilantes?

 

 

Cuando se trata de seguridad privada la respuesta es un trisílabo: ¡Inspección!

 También es un grito de aviso cuando ves llegar el coche oficial (me parto de risa cuando llaman “oficial a uno de esos coches) como lo puede ser “¡Rata!” o “¡Mamón!”. En algunos casos, ante la sospecha de que llevan una emisora sintonizada en nuestro canal se utilizan palabras en clave, generalmente despectivas… y generalmente en cualquier idioma que, probablemente desconozca el señor inspector. Y ese idioma puede ser cualquiera. Incluso el suyo.

 

Resuelta la duda de quién vigila a los vigilantes, es decir: Un grupo de vigilantes promocionados por sus especiales capacidades (color marrón de la lengua debido a tantos analingus y falta total de escrúpulos a la hora de sancionar a otros por hacer lo mismo que ellos hicieron en el pasado) queda una pregunta por responder:

 

¿Y Quién vigila a los inspectores?

 

La respuesta está clara: YO. Se me ha ido la pinza y he decidido dejarles claro que les estoy vigilando. Que les grabo en audio y vídeo cuando vienen a tocar las narices. Que conozco sus movimientos y dónde se refugian en momentos de crisis.

 

Tras un año muy raro, en el que hemos llegado a tener dos inspecciones con una hora de diferencia, me armé de valor y me introduje en los archivos del edificio donde trabajo para revisar dos años de informes diarios de servicio. Y han sido sólo dos años porque los anteriores diez años de informes han sido reconvertidos en unos tallarines reciclables de múltiples colores.

 

 

¿El resultado? Una tabla dinámica del glorioso Excel que analiza, cuantitativamente, la cantidad de inspecciones, qué inspectores las han hecho, qué día de la semana, a qué hora (y por lo tanto en qué turno) y compara dicha actividad con la del querido coordinador asignado a nuestro servicio (que ya de por sí realiza inspecciones). La duplicación de  responsabilidades es evidente. Tanto como que determinados inspectores aparecen casi siempre a la misma hora y, generalmente, cuando está determinado vigilante. Y quien quiera entenderlo que lo entienda.

 

Lo mejor ha sido pedir la colaboración de mis compañeros. Es vital para esta contra-vigilancia (¿contra-inspección?) reflejar en el documento la hora de la inspección y el nombre del inspector, de cara a que no se den resultados no aplicables (y muchos de estos inspectores no ponen su nombre ni la hora) En un momento como tal, mi compañero Pepón ha dicho:

 

-         Esto me parece una gilipollez

 

Hay que tener en cuenta que, de haber sido contemporáneo de Alexander Flemming, y de habérselo encontrado en una tasca londinense, si éste le hubiese dicho: “Pues lo mismo invento la Penicilina y salvo millones de vidas”, Pepón habría respondido:

 

-         Esto me parece una gilipollez. Si salvas al paciente lo mismo se muere de otra cosa.

 

El caso es que, una vez gane la colaboración de mis compañeros, la contra-inspección será una útil herramienta a la hora de lograr que no nos toque las narices una panda de cazurros.

 

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