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Me Cago En Mi Vida

EL PATO MACHO

EL PATO MACHO

 

Estoy sentado escuchando historias. Narraciones de auto-bombo en las que desconocidos que dicen vestir el mismo uniforme que yo le cuentan al señor psicólogo de la empresa lo maravillosa que es su vida desde que entraron en la compañía. Gente cuya vida mejoró al dejar el Ejército o la Guardia Civil por la seguridad privada. Mujeres emprendedoras del año según no sé qué revista. Súper abogados que compaginan su incansable labor jurídica con el segurateo. Sí, hermano, escucho historias. Muchas historias. Y cuando yo cuento la mía nadie me cree. Les parece imposible que no me guste este trabajo. Y les parece más imposible que diga que no me gusta delante de un psicólogo de la empresa.

Estoy en un curso de reciclaje. De esos de rellenar las dichosas veinte horas anuales. De mis preferidos. Tema psicológico. Vamos a ver con qué clase de pirados trabajo. Vamos a ver lo pirado que estoy. Y al final, terapia de grupo. Autoayuda colectiva y unas cañas a modo de tercer tiempo. Tremendo pasatiempo.

El señor psicólogo nos pone unas diapositivas, rollo Blade Runner audiovisual. Imágenes con doble sentido. Ahora es una chica joven, ahora es una anciana. Ahora son dos personas cara a cara, ahora es un jarrón. Los puntitos que están en las intersecciones de los cuadrados negros cambian de color, ahora blanco, ahora negro, ahora gris para que no se peleen. Puedo ver a la Gioconda entre esas rayas, El tipo de barba y gafas tiene una mujer frondosamente desnuda en la cara, pero como me pregunte qué recuerdos me vienen a la memoria acerca de mi madre juro que me levantaré y le romperé el cuello al psicólogo. Yo, Nexus 6, vigilante de seguridad.

 

 

- Ahora dime qué ves aquí, Golfo

- Veo un pato macho.

- Muy gracioso

El señor psicólogo no le ve la gracia a mi chiste. En función de cómo se mire, la imagen muestra un pato o un conejo. Lo que sería las patas del pato, o –según se mire- la colita del conejo, a mí me parecen unos cojonazos de toro.

Hoy ha sido un día muy raro. En Los Simpsons, Homer busca a un tipo que arregle su tejado y todos creen que tiene un amigo imaginario. En Perdidos, el gordito se reencuentra con un amigo imaginario al que no veía desde que estuvo internado en un psiquiátrico... y encima la alucinación le dice que todo está en su imaginación; que nunca salió del psiquiátrico. Para rematar podría haber visto El Club de la Lucha. Habría sido perfecto.

- ¿Cómo te llamas?

- Tyler Durden

Cree que me gusta dibujar. ¡Y cree bien! Me propone que dibuje algo. ¿Qué coño hago ahora? En función de lo que dibuje mientras él cose a preguntas a los demás, podrá hallar detalles de mi personalidad. Detalles que no quiero que conozca. Si dibujo a un tipo con una gran polla, me dirá que tengo cierta obsesión con el sexo y el poder; si dibujo a un tipo cogiendo algún tipo de objeto, dirá que me gusta robar; las gafas de sol indican que se es un mentiroso (me pregunto qué dibujará el resto) una familia feliz indica que añoro a los míos... y si dibujo niños, que mi mayor anhelo es formar una familia. Me pregunto qué pasará si dibujo el logotipo de ese sindicato tan cañero...

Fulano ha cambiado de familia tres veces y se tira a su ex-mujer, mengana se obsesiona con sus gemelos. Otra vive para sus plantas y hay uno que parece a punto de explotar. Sean del lado del Atlántico que sean, parece que todos echen de menos la ropa de camuflaje y las armas de asalto. Pero el señor psicólogo, frío y calculador, los evalúa uno a uno, dueño de sus futuros.

- ¿Se puede saber a quién miras?

- ...

Ahí me quedo. Congelado. Con todos mirándome en silencio. Todos, incluyendo al come-cocos corporativo que ha decidido centrarse en mí. En realidad nunca dejó de mirarme.

- Escucho lo que tienen que decir mis compañeros... quizá aprenda algo...

- ¿Qué compañeros? –por primera vez en mi vida veo a un psicólogo con cara de asombro.- ¿No ves que estamos solos?

Ahora la cara de pasmo es la mía. Miro a mi alrededor y el resto de la sala está llena de gente. Hombres y mujeres, gordos y flacos, perillas, bigotes, y barbas. Todos me miran con atención, como si hubieran descubierto algo en mí. Estallo de furia (mal síntoma la pérdida de control en público)

- ¿Me estás diciendo que todos esos tarados son imaginarios?

- Chico- me interrumpe uno de ellos- nosotros preferimos ser llamados ‘creaciones de tu subconsciente’. Incluso el término ‘alucinación’ nos parece despectivo. Es como la palabra ‘segurata’.

Es ahora cuando todo se viene abajo. Ya lo decía mi madre: Estar doce horas despierto, por la noche, sin hacer nada, pasa factura. Una factura kilométrica. Contar las 2.856 baldosas de un edificio de oficinas no podía ser buena señal. Estar expuesto a la Rotenmeyer once meses tenía a la fuerza que ser menos sano que darse un baño en Chernobyl. De tanto trabajar con pirados algo se me tenía que pegar.

Psicosis, paranoia, alucinaciones. Sólo es el principio. Por lo menos podría haberme imaginado un plácido prado verde y haberme tumbado a tomar el sol. Sonreiría, contaría ovejitas. Me relajaría un poco. Tanta exposición a situaciones estresantes. Tanto comerme el coco. Casi existe un consenso sobre que las empresas de seguridad contratan alegremente a gente que no está muy bien del coco, pero pocos te dicen que si trabajas demasiado en seguridad acabarás mal de la cabeza.

Miro al pasmado psicólogo de la empresa. Un tío que parece desear escapar de la habitación. Del edificio. Parece incluso ansioso de escapar del traje que lleva puesto.

“Psicólogo de empresa en paradero desconocido –diría el titular- la última vez que se le vio corría por la carretera desnudo y gritando”. Veo en su cara una mezcla de miedo y atención (ventajas de haber hecho un curso de ‘Inteligencia Emocional’)

Estoy de acuerdo. Necesito unas vacaciones.

2 comentarios

Golfo -

Se agradece volver a verte por aquí.

Gracias.