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Me Cago En Mi Vida

TOWERS BREAK

 

Hace poco tuve otro sueño sobre el trabajo en seguridad privada. Un sueño raro. Normal que me pegasen como en todos los sueños que tengo sobre el trabajo...pero este era más como el episodio piloto de una serie de TV.

Aquella cagada no había sido como las normales, las meteduras de pata a las que acostumbramos a los jefes, las que se resuelven con un tirón de orejas y con un responsable de servicio que te susurra (gritar no sirve para nada) poniendo cara de póquer... de jugar al póquer e ir perdiendo la casa, el coche y la familia. No. Aquella fue una cagada de las que hacen que el cliente cancele el contrato con la compañía. La típica cagada que hace que te trasladen (la compañía no despide a nadie... eso es caro) y que acabes tu relación con la empresa prestando servicio en el peor centro de desintoxicación de toxicómanos de Escocia.

Fue una cagada tan extravagante que, cuando dimos parte a la empresa (hay cosas que no se pueden ocultar... como una columna de humo en pleno centro de Madrid, sirenas de bomberos que despiertan a personas que ganan siete cifras al año o clientes que se enteran por terceros...) la respuesta del inspector de guardia fue ‘No os mováis. VAMOS para allá’.

Menuda pifia. Y tanto que vinieron. Las cámaras (por fin teníamos cámaras en color, soporte digital, zoom, visión nocturna... por fin tecnología posterior a la Caída del Muro) mostraban un mundo amarillo y marrón en el perímetro de la instalación.

Había tanta seguridad que el cliente podría aprovechar que las torres se quedaban vacías al terminar el horario de oficina para reconvertir temporalmente esos edificios de oficinas en una prisión en pleno centro de Madrid.

“Si sus empleados le suponen un problema, enciérrelos en el nuevo centro de reinserción empresarial “Torres de Absolom”–diría el anuncio-

Demasiados pollitos (es como llamamos a los coches amarillos de la empresa) como para poder contarlos. Y de cada pollito salía gente. Personas de traje, personas de uniforme. Vistosos uniformes marrones y amarillos, vistosos trajes de estilo corporativo. Y, sobretodo, armas, armas, armas...

‘No sé tú, pero yo no pienso comerme este marrón’ –me dijo mi ‘compi’ recogiendo su ordenador portátil, su revista porno, su fiambrera con restos de la cena- Hora de pirarse.

Fue decir eso, y ver en las dos puertas de la recepción a grupos de gigantescos agentes de uniforme liderados por prototípico Agente Smith. Un tipo trajeado y con cara de haberse perdido la cena que llamaba insistentemente con el puño en la puerta de cristal.

Al parecer, en la academia de jefes intermedios, no les enseñan a reconocer un timbre, pero más espantoso es ver cómo la puerta de seguridad, con un cristal reforzado más gordo que el culo de mi compañero se abre cuando cada uno de los Smith de presionó el botoncito de un mando a distancia que llevaba encima. Millones de euros al mes en seguridad, y resulta que el paganini no es el único que tiene la llave de la caja.

Corrí como alma que lleva el diablo.

Corrí como si hubiera fuego.

En el fondo corrí como cuando te persiguen tus jefes

y un montón de tipos tan grandes

que sólo se pueden definir como ‘cordilleras’.

Dos años pateándome las torres varias veces cada noche te enseñan cosas. Por ejemplo, te enseñan los escondrijos, los puntos ciegos del sistema de seguridad o las vías de infiltración (ahora vías de escape). Oír a lo lejos los gritos de terror y dolor de mi compañero sólo podía significar una cosa. Le habían pillado y le estaban ‘dando la del pulpo’. O eso, o Smith y compañía habían decidido pararse a cenar. Pasillo tras pasillo. Luces fluorescentes parpadeando, como intentando con muy mala hostia’ ayudarme a mantener la calma, y el incesante sonido de un montón de botas corriendo detrás de mí. Como el aliento de un león en el cogote. Una de esas situaciones en las que años y años de retórica sólo permiten decir una cosa:

¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡MIERDA!

Y me vi rodeado. Me vi haciendo unas fintas de esas que sólo podía hacer Romario de joven, cuando no follaba tanto. ‘Cuando salga de esta –me dije- voy de cabeza a la NFL’- Logré llegar al más profundo de los sótanos. Al aljibe. Nunca en mi puta vida pensé que me zambulliría en ese depósito de agua negra y densa, pero por alguna razón sabía que había una salida, un túnel hacia la libertad detrás de tanta agua con olor a huevo podrido. Ya salía, empapado, a la calle, hacia la libertad, cuando una coz cerró la puerta en mis narices, y decenas de gigantescos ‘compis’ se descolgaron desde algún lugar sobre mi cabeza (uno de esos sitios donde nunca miramos) y me cayeron encima dándome más palos que a una estera.

Me desperté en la Central. En la oficina. Esposado a una silla y con más moratones que Rocky al final de cualquier película. En esto, entró él en el despacho.


No era el típico trajeado. Más bien era como alguien que has visto en la tele. Otro prototipo. Cara de tiburón, mirada fría, traje... pinta de estar estresado y de echarte la culpa.

Vació la caja delante de mí. Había un montón de chapas doradas. De esas que llevamos en las solapas (V, V-1... el trébol de Jefe de Equipo...) chapas de pechera con nombres que no eran el mío. Chapas en las que ponía el nombre de la compañía, pero de delegaciones distintas: Galicia, Cataluña... y de otros países, Perú, Méjico, Portugal, Italia... placas identificativas y insignias de agente de varios países... todo aquel metal dorado y plateado no podía traer nada bueno.

- Chico, la has montado buena. He visto pocas veces a alguien montar el pollo que tú has montado. Lo mejor ha sido cuanto ha costado cogerte.- Parecían las últimas palabras que oye un reo de muerte. Parecía que en cualquier momento me iba a ejecutar. Un tiro entre los ojos o algo igual de siniestro. Sin embargo, lo más aterrador de aquel jefe era que no cambiaba la expresión de su cara. Una sonrisa malévola, o una vena hinchada en la frente y habría relajado el esfínter, pero aquel tipo era un maldito témpano de hielo.
- Sólo tienes una opción al despido pactado, y es unirte a los ‘chicos gloriosos’ (en la jerga del sector es como se denomina a los ‘Servicios Especiales’) tú eras el que hacía chistes sobre el Principio de Dilbert; eso de que se asciende a quien la caga para que no haga tanto daño. Si te apuntas, verás que no es exactamente así como hacemos las cosas.

- ¿Está hablando de hacer domicilios y acompañamientos?... –tartamudeé-

- Eso es lo que queremos que crean. En realidad los SE (a los jefes les encanta pronunciar los acrónimos... creen que les hace parecer militares...) nos dedicamos a ‘crear demanda’. Otro chistecito tuyo ¿No? Le habían dado la tunda a José Luis Moreno y no se te ocurrió otra que decir que deberíamos subvencionar a las bandas de albano-kosovares. Ya sabes tus opciones... y si decides coger la puerta date cuenta de que no te va a creer nadie.

Bueno. Nunca fui un tipo del todo decente. No creo en el karma, ni en un dios justiciero que me pondrá en mi sitio. Lo de financiar a los ladrones de casas lo había dicho en privado, y con la que está cayendo no me apetecía nada volver a casa de mis padres. Así que no pude hacer otra cosa que sofreír al Gran JefeTiburón, estrechar su mano y no soltar ni media.

 

Ahora los señores clientes se iban a enterar de lo que significa ‘venta de protección’.

2 comentarios

Golfo -

Sí, cuando se supone que nadie te ve.
Menos mal que fue un sueño.

Un saludo y gracias por escribir.

Leo -

Jeje, es lo que tiene la seguridad privada, hay muy pocas cagadas que puede hacer un vigilante, pero todas gordas.
Mas si estas en el turno de noche. Que paradoja.