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Me Cago En Mi Vida

LA HABITACIÓN DE LAS MUÑECAS

LA HABITACIÓN DE LAS MUÑECAS

Tiene un enorme impacto decir que el trabajo operativo en seguridad privada a veces exige mirar hacia el otro lado. No por la cosa moral, hace años que no juramos ningún cargo, no traicionamos ningún juramento y, por ello, no tememos ir al infierno por hacer la vista gorda. A la cárcel quizá, pero ¿Al infierno? ¡Naaah!

 

Pero sí que deja al ciudadano medio pasmado lo de decir que, día sí, día también, miramos hacia otro lado con los desmanes de los clientes de las empresas que nos contratan. Al respecto, ahora podría dejar pasmado al lector con eso de “he visto cosas que nunca imaginarías”, los seguratas desarrollamos una especie de cinismo que nos permite sobrevivir, cobrar nuestra nómina, y pensar que llevamos una vida normal pese a ser personas sensibles inmersas en un mundo de malas bestias.

 

Del cinismo a la corrupción sólo hay un paso. Recuerdo una anécdota: Una auxiliar se presentó borracha a una operativa. Tuvimos que cerrar todo un edificio para sustituirla por un vigilante, avisar a Operaciones para que trajesen a otro auxiliar, darle café con sal para que se le pasase el pedo venía mente de un afterhours? El caso es que, después de ser relevados, los vigilantes de turno (el compañero tuvo que ejercer funciones de auxiliar... y no quiero volver a incidir en el artículo 12.2) tuvimos que quedarnos un par de horas más para, después del súper-interrogatorio al que un inspector y nuestro coordinador sometieron a esa auxiliar (un bombón de tía a lo tonto... y encima borracha) saber qué le poníamos al señor cliente en el informe. Ya podéis imaginar el resto: El señor cliente no tiene por qué enterarse de esto. Lo mejor fue la frase del señor inspector: Es imposible demostrar que esta chica (que se tambalea al caminar, se le traba la lengua y huele a alcohol) haya bebido. Luego, te pillan con un DVD portátil o con un ordenador y te aplican el tercer grado.

 

 

Otro caso gracioso se dio en un servicio de parking, en el que hubo que dejar salir sin pagar a unos clientes que se percataron de que el ticket que habían pagado en efectivo a un auxiliar en la puerta del aparcamiento tenía mal la fecha. Se trataba de boletos reciclados... y poco después el jefe de equipo me decía en confianza de que la recaudación se ingresaba de manera diferente (y generalmente el personal del cliente no ingresaba la misma cantidad que se recaudaba en la operativa). Dinero negro. Negro como el sobaco de un grillo. La experiencia condiciona nuestra actitud, así que permitiré al astuto lector adivinar cuál fue mi reacción de fiel garante de la ley y auxiliar de las fuerzas de seguridad tras año y medio trabajando con este cliente:

 

a) ¡Eso es intolerable! ¡Tenemos el deber legal y moral de poner esta irregularidad en conocimiento de las autoridades!

b) Hmmm... ¿Y a cuánto dices que tocamos por barba? (y que viva Méjico cabrones)

 

 

Puede que esa sea la razón por la que nunca llegaré a ser jefe de equipo. Los corruptos necesitan gente moralista y recta como jefes intermedios para que sus oscuros negocios no se les vayan de las manos. Marco Antonio necesitaba a Lucio Voreno en la serie Roma. Y yo nunca me he cortado al decir que sería un jefe tiránico y corrupto. Entre un comisario del norte de Méjico y el calvo gordo, velludo y sudoroso que toca los tambores en las galeras para que los condenados remen al mismo ritmo.

 

 

Somos muy duros con nuestro personal, pero cuando se trata del cliente... cuando se trata del cliente somos putas dispuestas a todo.

 

A lo que voy, eso sí... dando tumbos, haciendo “eses” y borrando mi rastro con la cola, es que me llama mucho la atención que un cliente que exige que en cada ronda pasemos por las oficinas no ocupadas, y por las que están en obras, por miedo a ser el siguiente Windsor, no quiera que, en las plantas de aparcamiento que tiene la instalación, pasemos por todas las habitaciones. ¡Pobrecitos! ¡No queremos cansaros! Nos dicen los mismos que, luego, nos ponen a contar inodoros. La verdad, seguro que es más tremenda.

 

Probablemente, un día me pique la curiosidad, abra una puerta prohibida y me encuentre con un montón de chinos en calzoncillos que fabrican calzado deportivo pirata en un entorno insanamente húmedo y caluroso. O a unos científicos americanos diseccionando el cadáver de un alienígena... o todo un bosque de plantas de marihuana regadas por aspersión e iluminadas por lámparas especiales. O un montón de moros barbudos y con turbante, armados con Kalashnikovs que me coserán a tiros antes de que pueda decir eso de ¿Eres tú Osama?

 

 

La coña, hablando con un compañero a otra noche, llevó a algo incluso más retorcido. Ya nos habíamos conjurado para atizar el miedo de uno de los nuevos, extremadamente religioso y supersticioso, contándole historias ficticias de trabajadores y personal de seguridad que habían perdido la vida en nuestra gloriosa instalación. Algunos temen ver fantasmas. Yo los prefiero a los borrachos. Cuando le pregunté si sería posible cultivar marihuana a gran escala en esos sótanos se partió de risa y me preguntó si estaba pensando en sacarme un sobresueldo. Lo de los chinos también le hizo gracia. Pero todo eso le llevó a hablarme de la habitación de las muñecas. Y esta sí que es buena:

 

Chico ¿No has oído hablar de la habitación de las muñecas?

 

 

Una historia tremenda. Resulta que en la misteriosa planta cero de uno de los edificios de la instalación, hay una puerta condenada. Se nota que había una puerta en esa pared por la diferencia de tonalidades entre los materiales que ocupan el lugar que en su día fue la puerta y los del resto de la pared. Un poquito más claros que el resto. Nada para Sherlock Holmes.

 

¿Cuánto llevas aquí chico? ¿Nunca llegaste a entrar en la habitación de las muñecas?

 

 

Al parecer, este compañero entró una vez, antes de que se clausurase el acceso, pero cuando el local ya estaba desalojado. La típica imagen fantasmagórica de un espacio que antes estuvo ocupado con una actividad comercial y que ahora sólo contiene polvo, mobiliario abandonado y recuerdos. El caso es que el compañero vio, por casualidad, y sin que le ordenasen entrar durante su ronda –pero sin que se lo prohibiesen de manera taxativa- que las paredes estaban cubiertas con papel rojo, que las luces estaban atenuadas, y que, pese a lo pequeño del local, éste comunicaba la siniestra sensación de haber estado dedicado a algo inmoral. Como las habitaciones llenas de pálidas muñecas que siempre nos encontramos en las grandes casonas victorianas.

 

No sé que demonios hacían allí, pero me dio una impresión muy chunga.

 

 

Sí, bueno, el jefe nos dijo que había una bodeguilla muy pequeña en ese local, un barecillo donde los jefes que querían fingir tener estilo iban a tomarse unos vinos. Demasiado aburrido para que cuele como historia verídica en la corrupta y tiránica mente del segurata del siglo XXI. ¿Cómo coño iban estos tíos a permitir algo legal en un local tan pequeño? Lo de la habitación de las muñecas, nombre atribuido a una compañera con más imaginación que mala leche, venía como agua de mayo para quienes siempre pensamos lo peor: Un edificio de oficinas que quiere diferenciarse del resto, se trata de lograr que un empresario pague 10.000 en lugar de 6.000 al mes por una oficina del mismo tamaño, tiene que ofrecer de todo a sus potenciales clientes para que éstos se traguen el anzuelo comercial. Club de pádel, discotecas, restaurantes, y pubs irlandeses en la planta baja y alrededores, parking privado y público con servicio de limpieza de coches, seguridad (mucha seguridad pero flexible cuando hace falta) salas de reuniones con servicio de catering... es evidente qué actividad le atribuimos a este local vacío.

 

Sí señor, lo que pida el señor... ¡Siempre a la disposición del señor!

 

¿Qué más se puede ofrecer a un cliente para que pague casi el doble de lo normal por lo mismo? ¡Pues un puti! ¡La habitación de las muñecas tenía que ser un puti a la fuerza! ¡Había demasiada decoración para que fuese un estudio donde se rodaban películas snuff con inmigrantes de origen filipino secuestradas en otras ciudades! La habitación de las muñecas, por narices, tenía que complementar la amplia oferta para directivos de empresas, que ya formaban la cerveza Guinnes, las pistas de pádel, los pastelitos y café de gourmet, y las delicatessen ingeridas en lugar de donuts durante las reuniones de 600 pavos a la hora en salas acondicionadas. ¡Como un casino de Las Vegas pero sin ludópatas dejándose la pasta en tragaperras con lucecitas de colores!

 

 

¡Somos el doble de caros que la competencia!

¡Pero aquí puede usted emborracharse y echar un polvete después de subyugar a sus empleados!

¡Y todo en pleno centro de Madrid!

¡Bien comunicado!

 

 

Puede que sea sólo cosa de nuestra corrupta imaginación. Eso o que nos escama mucho que un cliente sea especialmente tiránico con el personal de seguridad y, luego, tenga una manga especialmente ancha con el resto de personal de servicios, léase limpieza, mantenimiento, recepción... Eso y que una empresa capaz de externalizarlo todo, insista en mantener el control de la conserjería y el parking. Algo huele a podrido en estos edificios de oficinas.

(Y por una vez no soy yo)

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