Blogia
Me Cago En Mi Vida

EL SUPERINSPECTOR

EL SUPERINSPECTOR  

Joder, si es que no doy a basto. Con la excepción de Rotenmeyer no he escrito nada sobre ningún compañero o compañera que no lo haya dejado, y es que he escuchado hace poco una frase muy clarificadora al respecto, cuando comentaba que nadie parecía saber cuál era el número exacto de vigilantes y auxiliares en nuestro país: Depende de qué quincena de qué mes te refieras. Desde que Scarface echó al Señor Lobo, hace exactamente un año, han venido a sustituirle seis compañeros nuevos. Cinco en un año. Y se supone que el señor cliente quiere siempre a los mismos.

Tras esta introducción, sólo añadir el pensamiento natural y paranoico de los más veteranos: El que llega nuevo seguro que es una especie de topo o chivato de alguien. ¡Genial! ¡Viva la integración! El verano pasado, llegó un compañero pequeñito (su apenas 1,60 de estatura le daba un nuevo significado al término parcial... ¡Y además sólo trabajaba los viernes! Él mismo acabó confesando que sí, que alguien de la empresa le había pedido que echase un vistazo y le contase cómo iba ese servicio tan problemático, un servicio que, por su descripción debería ser tranquilo y estable. Sin embargo, a éste (por lo que contaba) lo habían mandado desde inspección... y no iba a espiar precisamente a los vigilantes. 

Es tremendo cómo se puede llegar a complicar tanto un trabajo tan sencillo. Finalmente le dieron la patada (pobrecillo... compaginaba esto con otro trabajo conduciendo un camión de la limpieza municipal) y hace poco me lo he encontrado en mi barrio, en el metro.

Expuesto el ambiente de locura en el que me veo inmerso cada fin de semana, cuando se supone que la gente normal descansa y se divierte, resulta un nuevo compi. Más o menos en noviembre, cuando más quemado estaba. Yo, segurata a tiempo parcial, con contrato para fines de semana y festivos por la noche, haciendo los turnos de mi buen amigo Fauno (recientemente apartado del servicio de la manera más canalla) y me encuentro con que llega un nuevo compañero a jornada completa ¡Que sólo puede venir los fines de semana por la noche! Oiga... ¿Por qué no miramos los contratos de todos y cada uno de los componentes de la plantilla de seguridad? ¿Y se hacemos especial hincapié en el apartado de D-I-S-P-O-N-I-B-I-L-I-D-A-D? La respuesta de Chicho fue una sonrisa... bueno, yo creo que es de los que se ríen por hacer algo cuando no entienden lo que se les dice. Por hacer algo, y tal.

Tras cagarme en todo, tras decir que no volvía a trabajar con la tarada de las narices y tras amenazar con vaciar mi taquilla y pirarme cagándome en cada una de las tres siglas que componen el nombre de la empresa cliente, me tocó dar prácticas al nuevo. ¡Con un par! Lo más gracioso, es que él tuvo que enseñar a otro nuevo compañero un par de días después, cuando apenas llevaba una semana en este glorioso servicio.

Resulto que el colega, un tipo de unos cuarenta y tantos, era uno de esos supervigilantes... y no me refiero a un fantasmón de pelo al cepillo, cabeza cuadrada y cara pintada con los colores del infierno que ve en cada edificio de oficinas una jungla. No, el tipo traía un número de placa más bajo que el de ninguno que conociese, diecinueve años de experiencia, una licenciatura en derecho, y un expediente con otra empresa menor que ya lo quisieran muchos. ¡Inspector! ¡El tipo había sido inspector! ¡Venía de proteger la residencia de un embajador! ¡Estaba haciendo un curso de skeletor por una academia y sacándose la licencia de armas! ¡Y cuando se quitó las gafas al hablar conmigo tenía una cara de jefazo que tiraba para atrás! ¿Y qué pasó cuando miré los anuncios de la empresa en la que trabajaba antes?

¡QUE EL SEGURATA QUE APARECÍA EN LAS FOTOS ERA ÉL!

Los vigilantes de seguridad con licencia de armas tienen que renovarla cada seis meses con una prueba de tiro. Los skeletors cada tres... es en esos apacibles días de campo cuando un segurata novato se queda boquiabierto al ver a los inspectores y parte de los coordinadores de su empresa con el uniforme puesto, pegando tiros y luciendo sus placas en el pecho, símbolo de veteranía. Sólo deciros que yo llevo dos años y mi número de vigilante tiene seis cifras. El más bajo que he visto nunca era un 6.000 y el tipo levaba desde el principio de los tiempos, una especie de anciano sabio en esta profesión. Si es que alguien puede llegar a anciano sin dejar esta profesión... y si es así, habrá que ver si se le puede llamar sabio.

Cuando el Señor Inspector se volvió a poner las gafas y me dejé de temblar seguí indagando sobre el tipo. Un hombre muy culto, muy conservador, que renegaba del Derecho y la abogacía, que le habían defraudado, y que tampoco tenía muy buena imagen del periodismo (aunque... ¿Quién la tiene? No tenía conexión a Internet, no tenía ordenador, no tenía teléfono móvil... tenía pareja pero cualquier día la dejaba... ¡Joder qué tío! Cuando le pregunté qué le apasionaba me dijo que la lectura, que todo caballero debía tener deudas con su librero. ¡Joder! ¡Este tipo se había escapado de una novela caballeresca! ¡Quitadle la goma y dadle un sable!

Y resultó que, por aspiración a la perfección, la cosa no paraba ahí: Le ofrecías un café y te respondía que no, que la fabricante de viudas (como llamamos a la máquina decafé) siempre te pone un poco de azúcar aunque lo pidas amargo como la derrota, y que el azúcar era un veneno para le cuerpo. ¡No tomaba azúcar! ¡Para eso estaba la fruta! ¡Jamás le vi comer carne! ¡Y decía que matar a un mamífero para comérselo debería ser delito! ¡Encima el hijoputa estaba cachas y decía haber practicado remo y halterofilia! ¿Pero de dónde sacan a esta gente? Y si los vigilantes de seguridad tienen que ser así ¿Cómo coño me han cogido a mí? Tras recopilar toda la información sobre el Supercompañero, sólo pude hacerle una pregunta:

¿Qué pecado has cometido para acabar en este maldito tugurio?

0 comentarios