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Me Cago En Mi Vida

UN PEQUEÑO PAÍS EN EL CORAZÓN DE EUROPA

UN PEQUEÑO PAÍS EN EL CORAZÓN DE EUROPA

 Aerogolfo 

 

Sobre el vuelo puedo decir poco. Resulta que se tarda más o menos lo mismo en viajar a Bruselas, que a Sofía o Las Palmas. Cuando acompaño por Madrid a alguien de fuera, y me pregunta la distancia hasta su objetivo, le suelo decir eso de unos quince minutitos. Los quince minutitos a los que está, andando, cualquier cosa en Madrid, se convierten en dos horas y media cuando vuelas. ¿A qué distancia está Bruselas? A unas dos horas y media; ¿Y Vladivostok? A unas dos horas y media.

 

El secreto es el hyperdrive que instalan hoy en los aviones... digo yo. O eso o que algunos pasamos de rompernos el coco para saber el tiempo de vuelo que separa dos ciudades... y la culpa la tiene la prohibición de fumar dentro de los aviones dado que, de lo contrario, el cálculo de cuánto tabaco deberíamos llevar nos permitiría calcular al instante la distancia entre dos ciudades. Bruselas estaría a dos cigarros y medio de Madrid, y Vladivostok, aproximadamente, a un cartón.  Por lo demás Baby destacó que los países sí están representados por colores cuando se ven desde el aire, España es marrón y el resto de Europa, verde.

Eurogolfo 

 

Mi primera impresión del Aeropuerto de Bruselas podría expresarla perfectamente Paco Martínez Soria, en aquella inolvidable película, “El turismo es un gran invento”: ¡Qué moderno todo! ¡Y qué bien pensado! Los wáteres resultaron ser cybertoilets de ésos que incorporan una célula fotoeléctrica que les permite detectar la distancia de un usuario, de cara a tirarse ellos mismos de la cadena cuando te alejas. Les faltaba hablar: Thanks for yor excretions! Fue mi primer contacto con la modernidad europea (pero de la Europa de verdad) lo que vendría después me ha llevado a denominar a este pequeño país en el corazón de la Unión como New Belgium.

 

 

Ahí estaba yo, dispuesto a cumplir mis tres objetivos primarios: Beber cerveza en otro país, ver la tele en otro país y cagar en otro país. El orden de los factores no afectaría al producto final. Luego estaba lo de fotografiar monumentos, probar la comida y ver a Nick Cave, pero eso era secundario.  También estaba mi misión pacificadora: Acabar con las diferencias entre flamencos y valones (además de la comunidad germanoparlante que también existe) ¿Cómo lograrlo? Pues con la actitud básica que siempre interpretaba Paco Martínez Soria (ya le he citado dos veces en un mismo texto): El extranjero tiene una particularidad, y ésta es que está llena de extranjeros. ¿Qué más darán las diferencias lingüísticas si, digan lo que digan, no entenderé una mierda? Podrían alcanzar una solución de compromiso para frustrar mis planes y hablar en inglés (algo que hace toda la zona de Bruselas) pero preferí agarrar la solución directamente: “I only speak beer”. De tal modo, como Carlos I, como el Duque de Alba, o como el Capitán Alatriste, puse la planta en Bélgica dispuesto a ser lanzado por los aires desde cualquier bar hacia la calle, cumpliendo el requisito obligatorio de atravesar ruidosamente el cristal de un gran ventanal.

 Cumplido el marcado de territorio (digamos la obligatoria descarga de orina posterior a todo vuelo) y recogidas las maletas, salimos Baby y yo por la puerta de salida para contemplar atónitos a una multitud que parecía esperarnos. Baby debía encontrarse con un amigo de su hermanito, de aspecto muy común, y con un belga llamado JL, que iba a alojarnos en su casa. Lo primero que me dijo ella fue “No estés celoso, no tengo su número de móvil ni nada parecido”

¿Que no tienes su número de móvil? ¿Que no esté celoso? ¡Deberías tener el número de móvil de media Bruselas, joder!   

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