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Me Cago En Mi Vida

EL EDIFICIO DE OFICINAS DE HAUNTED HILL

EL EDIFICIO DE OFICINAS DE HAUNTED HILL

El coordinador de servicios, quemado por años y años de asignar trabajos a vigilantes quemados de no tener un destino fijo en mucho tiempo, hastiado por un trabajo desagradecido que exigía demasiadas horas pegado a una pantalla a cambio de menos dinero de lo que parece, me miró desde detrás de sus ojeras, camuflado entre sus rizos canosos y una barba descuidada y afirmo: Chaval, no todo el mundo vale para el turno de noche, sólo necesitamos lo mejor de lo mejor de lo mejor.  

 

Por un momento pensé que me había equivocado. Esto no era una compañía de seguridad privada, más bien parecía una oficina de reclutamiento de los Marines. En realidad la culpa de todo la tiene el cine sonoro. Si el cine continuase siendo mudo nadie trataría de hablar como los héroes de las películas, ni imitaría desastrosamente las voces del doblaje... además habría un montón de curro como pianista.

 

- Amiguito –continuó el coordinador tratando de parecer lo menos profesional posible- te iba a mandar a un IKEA para que cuidaras de la integridad de doncellas disfrazadas de Ilvy la vikinga, pero has cometido la estupidez de decir que querías algo más cerca del centro a donde llegar en metro... (Baraja unos papeles) tendrás que pasar LA PRUEBA.

 - ¿La prueba? -solté- ¿Se refiere a algo parecido a pasar la noche en una casa encantada? 

 

- Casi –me corrigió- pasarás la noche en un edificio de oficinas encantado.

 

I´m Baboon

  

Podría ser real como la vida misma, vigilo un edificio al que deberían ser destinados Iker Jiménez y “las Cuatro Cs”... creo que el Carballal está ocupado, así que se ahorraría el honor de pasar una noche en el edificio de oficinas más jodidamente raro de todo el centro de Madrid (y eso que el Palacio de Linares se convirtió en La Casa de América porque si lo llega a comprar una empresa para hacer oficinas habríamos rizado el rizo una vez más).

 

Se que ahora diréis que esta es la típica ida de pinza de alguien que trabaja demasiado. Siempre se trabaja demasiado, aunque sea demasiado poco, pero no os voy a hablar de ruidos de cadenas ni portazos inexplicables, o de luces que parpadean o de hordas de zombis. Las paredes de este edificio deberían estar acolchadas por otra razón, y se debería establecer un sistema de turnos que evitase que el personal, al menos le de seguridad y las secretarias de buen ver, no estuviesen demasiado expuestos a la influencia del caos que reina aquí dentro.

 

El único listo, el Mauricio, que se ha pirado de vacaciones quince días. Le ha sustituido Paco (le llamo así porque tiene cara de llamarse Paco). Otro vigilante de carrera que ha currado también de mensajero urgente por toda Europa, y que quedó convencido a la primera de que en este edificio hay algo. Sobretodo cuando Mauri le explicó cómo iba el trabajo y le advirtió que evitara a la vieja, el patio interior, las enormes ratas que en él moran, y el cementerio indio sobre el que se edificó esta instalación y cuyos muertos, en ocasiones especiales, salen a la superficie por la caldera en busca de una explicación a tanto ruido.

 

Todo indica que la influencia maligna de una forma de vida consciente, tan maligna como superior, provoca extraños comportamientos en los moradores de esta casucha: Una señora mayor que venía con el edificio y que sólo reacciona cuando te diriges a ella como Mi Gatekeeper. A propósito: Sigue viva. Tuvimos una semanita de tranquilidad, pero ya ha vuelto a las andadas.

Un prometedor abogado y notario al que se le va la pinza y pasa de recoger vasos en discogays a hacerse la milla de oro como travestí... bueno, pase. 

Un viejecillo que apenas sale de su habitación en la pensión y cuya respiración, cuando se te acerca por la espalda, da la impresión de un ataque inminente por parte de Darth Vader... la cosa ya empieza a ser realmente molesta, pero...

 Un vigilante que, voluntariamente, hace una media de cuatrocientas horas al mes. Cualquier hijo de vecina, expuesto demasiado tiempo al cine sonoro, pensaría que es el fantasma de un vigilante que murió trabajando hace años en esta instalación, al que habría que ayudar soltándole billetazos a una abuela enana y virgen que se las da de medium y que se limitará a decirle: Ve hacia la luuuuz, si vas a la luz podrás librar un fin de semaaaaanaaaaa... Nuestra gloriosa empresa le preguntó al cliente por qué insistían en que se enviara siempre al mismo vigilante, pero la respuesta de "¡Almas! ¡Necesitamos nuevas almas para alimentar a nuestro señor!" no parecía demasiado lógica. Así que, reglamentariamente, se procedió a dar al cliente lo que quería: Un alma, siempre la misma, que hiciese mogollón de horas al mes.  

Gente que viene a trabajar un domingo por la mañana, ingenieras que hacen horas extras, jefazos que entran a currar a diario a las seis de la mañana... pero si algo me ha convencido del todo de que en esta casa hay algo... y que no es humano... y que vamos a morir todos (y mil perdones porque se me ha escapado) ha sido la reciente actuación del Buen Doctor (lo de Mondongo me sonaba ya demasiado a película de Pajares y Esteso).

Resulta que, tras tomarse una semana de respiro facturando a la encantadora dama senior (las reminiscencias de mi etapa en Júbilo aun perviven) a un hospital durante una semana (si para estar en observación pasa cinco horas lo de la semana pasada debió ser una observación realmente minuciosa), el Buen Doctor, un tipo realmente majo, procedió a devolver a la señora, para su mayor bienestar, a una casa pequeña, sin cuarto de baño y plagada de ratas. No sé quién tendrá más miedo del otro, si las ratas o la señora. Al menos a la señora se la ve deambular tranquila... son las ratas quienes se esconden.

 

I am Weasel

  

Este último fin de semana, el Doctor Buenazo decidió que visitaría a tan encantadora dama senior el viernes, el sábado y el domingo... y lo siguiente le habrá pasado –seguro- por hablar. Viernes, sobre las nueve y media. Termino mi ronda y me siento a tratar de no volverme loco cuando, pasados unos quince minutos de cordura, una fantasmal puerta se abre a mis espaldas. ¡Sorpresa! ¡La vieja sigue viva! Vivita, coleando y gritando como una endemoniada por qué no le abro la puerta al médico que lleva esperando media hora fuera. Miro a la puerta y no hay nadie. ¿Ha oído ese ruido señora? Deben ser los muros de la realidad que se vienen abajo, pero ella no se baja del burro (ni decide bajar el volumen de sus alaridos) y agrega que le acaba e llamar por teléfono.

 

Miro a la puerta, la miro a ella, vuelvo a mirar a la puerta... la vuelvo a mirar a ella. El paisaje no ha cambiado: Tengo una puerta vacía a las doce y una vieja de los nervios a las seis... así que decido acercarme a la puerta por precaución (sobretodo contra el mal olor que despide... ¡Y yo que creía que la muerte olería a pescado podrido!) ante la insistencia de la señora en que abra (algo que va contra el juramento que, en una película americana –desgraciadamente sonora- habría realizado, pillo el rascador de espaldas, y abro la GRAN PUERTA PROHIBIDA. La vieja va y se asoma conmigo, y veo a alguien, apoyado en un coche y hablando por teléfono, que mira hacia otro portal. Le pregunto si es su médico, y va la cabrona y me dice que cree que sí. ¿Para esto abro yo los portones del castillo?

 

Cinco minutos haciéndole señas, hasta que el Buen Doctor decide darse cuenta, y cuando se acerca me dice que estaba llamando a la policía para que le abriesen. Habría sido glorioso, esa noche no me llevé donuts. Finalmente, fiel al PROSEmanual de cómo conservar tu trabajo pero no tu autoestima, le pido disculpas por no haber estado atento a la puerta, excusándome en que mi operativa de servicio me obliga a hacer rondas periódicas por toda la instalación... podría haberles mandado a los dos a la mierda diciendo que en mi placa pone vigilante de seguridad, no portero, pero qué demonios... discutir engorda. El galeno acepta las disculpas de buen grado y se dirige a toda prisa a la casa de la señora, donde pasa cosa de una hora (lo normal son de diez a quince minutos... más que servicios de emergencia deberían llamarles sanidad express). A todo esto: SIN GAFAS. Este detalle, a priori de menor importancia, es otra prueba vital de que en este edificio hay algo... y no es humano... y todos... bueno ya sabéis.

 

¡Mandril vencer Comadreja[1]!

  Una hora después el doctor sale a toda pastilla de la casa. Cuando le preguntó cómo ha encontrado a la señora me responde que cree haberse dejado las gafas (¡je!) dentro de la casa, pero va a ir al coche a comprobar que no están allí. Sale, va al coche, y pasa rebuscando otros quince minutos ante los sonoros gritos de la mujer que le acompaña (y estoy seguro de que no era su madre... aunque por la edad tampoco sería su esposa) Tras poner el coche patas arriba, cruza la calle y empieza a llamar al timbre del portal de al lado con gritos como ¡Joder! ¡Abre de una vez! ¿Dónde coño estará ese tipo? Tomé la precaución de quedarme mirando desde la GRAN PUERTA ABIERTA, y tras observar –entre la carcajada y el asombro- cómo el Buen Doctor se colgaba y columpiaba en las rejas del portal donde vive cierta pareja de ases (menos mal que no estaban sus escoltas... y si estaban menos mal que no le dispararon) hasta que, desde el coche, la señora mayor que acompañaba al bueno del médico me señaló y le gritó ¡EEEEEEH! ¡Ahí hay una persooonaaaaaa!  

 

Dos enormes lagrimones se abrieron paso desde mis lagrimales hasta mis mejillas. Estando de uniforme me han llamado de todo, de imbécil para arriba, pero nunca, nunca, me habían llamado persona. El Buen Doctor se acercó sonriendo para ver qué quería yo, como si no me hubiese visto quince minutos antes, y le pregunto ¿Es usted el Doctor Mondongo? ¿Ha venido a ver a una señora mayor? A ambas preguntas respondió con un sí, afirmaciones cada vez más apasionadas. Entonces le inquirí: ¿Ha perdido usted sus gafas? SÍ –gritó él- ¿Las tiene usted? ¡DÍGAME QUE LAS TIENE USTED!

 

No doctor, pero pensé que se había vuelto a equivocar de portal. Además, creo que no traía las gafas puestas cuando entró.

 

Una vez más, el bueno del médico entra en la jungla ponzoñosa del patio interior dirigiéndose hacia la casa de la vieja, pero no antes de insistir en que llevaba puestas sus putas gafas.  Pasa otros quince minutos dentro de la casa de la señora y sale de los nervios. Resulta que el bueno del doctor es cirujano en esa clínica donde nacen los infantes e infantas de nuestra Casa Real, y encima añade: Necesito esas gafas... ¡Esta noche tengo que operar! Me queda ir a casa a ducharme y...

 

 Le deseé suerte, y encima se partió de risa. Espero que la falta de vista no complique una intervención quirúrgica, pero al menos estoy seguro de que la víctima no será un pobre. Tan sólo añadir que, mientras su coche avanzaba, me miraba desolado, quizá por haber perdido sus preciadas gafas, o quizá por haberse percatado de que en el edificio hay algo... y no es humano... y se ha llevado sus gafas. Como para que ahora me eche la culpa a mí.

Nota a posteriori: Frase de Baby al respecto: "Sabiendo qué clase de ingeniero soy me da miedo ir al médico".



[1] Nada de racismo, esta es una alusión a los conocidos dibujos animados

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