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EVALUACIONES PSICOLÓGICAS

EVALUACIONES PSICOLÓGICAS

La imagen la saqué de aquí 

EL duro camino de las evaluaciones psicológicas empieza (digo yo) cuando el buen vigilante empieza a tomarse su trabajo demasiado en serio. Hay miles de formas de evitarlas, para empezar está lo de recordar al psicólogo de la empresa que ha de hacer más trabajo de lo normal, lo que impedirá que se tumbe en el sofá armado de patatas fritas y cerveza, para ver la tele y bostezar rítmicamente.

 

La cosa va más allá de los pintorescos usos y costumbres de los veteranos que, interpretando aberrantemente que la instalación que vigilan y protegen es un castillo de su propiedad, acaban por sustituir el vistoso uniforme color conguito que les proporciona la empresa, por una cota de malla (en verano) y una armadura de hierro colado fabricada en los talleres herreros de Toledo. Basándome en mi experiencia personal, trataré de exponer cómo hacer demasiados turnos de noche acaba afectando a la vida personal y familiar, al ocio, a la dieta y, finalmente, a la fisonomía del vigilante.

 

Hace poco, El Gurú me contó el caso de un compañero que no hace turnos de noche gracias a una sentencia judicial... no se atrevió a contarme más (de hecho creo que no se atrevió a preguntarle más sobre el tema), pero la cosa podría ser algo así como... Cualquier noche podría haber luna llena, mis músculos crecen, mis dientes sobresalen de mi boca, me cubro de pelo, mis sentidos se agudizan... y los del Departamento de Vestuario no ganan para uniformes ¡Menudo coñazo es tener que ir una vez al mes a por un uniforme nuevo, trataron de trasladarme a la unidad canina, pero el juez concluyó que obligarme a llevar bozal era un trato humillante... ¡Y ningún compañero accedía a limpiar mis cacas!

 

En algún lugar de Madrid (la ubicación es un secreto profesional), en algún momento entre las seis de la tarde y las siete y media de la mañana (la hora también es un secreto profesional). Un doble golpe seco y rápido hace vibrar el cristal de la primera de las siete puertas (con siete sellos) de la instalación, y una vocecilla aclara las dudas: Inspeccioooón. Comprobada la identidad del sujeto, se le deja pasar y comienza una evaluación aparentemente superficial[1], empieza a evaluarme aparentando una conversación vacía de contenido... Perdón por haberte despertado cuando estabas de guardia ¿Tienes algo de beber que tenga alcohol? ¿Has oído lo que han dicho en la radio? ... ¿Cómo ha acabado el partido del Madrid? Creo que lo televisaban en Cuatro...

 

La cosa pinta bien, incluso le describo (se queda atónito) la instalación como “Un pequeño edificio camuflado bajo la apariencia de una comunidad de vecinos que consta de 6 pisos, 108 escalones… 2856 baldosas” hasta que llega la pregunta clave ¿Tienes hambre? ¿Has cenado? Lo digo por ir al chino de aquí al lado... ¡Paga la empresa!.

 

Mi PROSEsador de Segurator (PROSEGUR Systems 1.01) da Error 404, ¡Pregunta no prevista! Entonces la cosa se lía, el inhibidor pavloviano de conducta ordena segregar jugos gástricos como si hubiese oído una campanilla, los ojos se me quedan en blanco, la piel empieza a caérseme y una sustancia viscosa y gris, posiblemente mi cerebro, empieza a derramárseme por los múltiples orificios (no sabía que fuesen tantos) de la cabeza. Logro abrir la boca para pedirle ayuda, pero algo en mi mente cambia el contenido de la frase:

-         ¿Es cerebro fresco eso que huelo?

 

Imaginad la cara de un Alien (Xenoforma Acheronensis) cuando abre esa boca llena de dientes en las pelis, chorreando babas y emitiendo un sonido sordo, algo como ¡JJJJJJRGHJRGHJRGHJJJJHHHHHHHHHH!

 

Lo siguiente ocurre casi a cámara lenta. Mi cuerpo, sin control, se abalanza sobre el señor inspector tratando de morder su cráneo, pero años de experiencia jugando al póquer por la noche le han enseñado a no cambiar la cara cuando un vigilante novato, zombificado por hacer demasiados turnos de noche, se abalanza sobre él tratando de devorar su cerebro con estudios superiores. La cosa acaba con un casi imperceptible movimiento de hombro (y prolongado en todo el brazo) del evaluador y un fundido a negro.

 KNOCK OUT! 

 

Despertar después de recibir una hostia de campeonato es una experiencia traumática: Te duele la cabeza, te duele (aun más) la mandíbula, y por alguna razón estoy atado a una silla en un despacho lleno de diplomas[2]. Una cara (curiosamente también de póquer) me mira con una mezcla de indiferencia y de falta de cualquier clase de aprecio por mi vida. Y eso que le conozco.

 -         A vé, ¿Zabeh poqué ehtáh aquín?

-         Creo que, en un acto de irresponsabilidad indigno de un vigilante, intenté devorar crudo el cerebro de un inspector.

-         E güeno que lo reconohcah, acabemo rápido: ¿Qué veh aquín?  

(me muestra una cartulina blanca con un borrón de tinta cuya forma me recuerda a mi madre metamorfoseada en una araña gigante que devora una ballena blanca mientras grita ¡Viva Hitler!)

 -         Diría que es una mancha de tinta 

(El psicólogo de la empresa baja su mirada hacia sus cuartillas y anota: El Vigilante evaluado mantiene su curioso sentido del humor... o en su servicio pasan las noches jugando al Trivial Pursuit.)

 -         Anteh de preguntá por tu madre, recuerda que yo tambié he visto Blade Runner y que tengo licencia de armah...

-         Mi relación con mi madre empezó un día que salí de una extraña cueva, muy húmeda. Lo primero que me sorprendió de este mundo era lo cegadoras que resultaban las luces, el frío que hacía fuera del útero y la cara de idiota del médico que asistió el parto... encima el muy cabrón me dio una nalgada y nunca pude devolverle el golpe que tanto merecía... sé que se llamaba Don José y que decía que los niños comen cuando tienen hambre... puede que un día  me entere de su dirección y le haga una visita de cortesía (nalgada incluida)... 

Pregunta, respondo; pregunta, respondo... pasan cinco largos minutos que le permiten aparentar que ha prestado toda su atención a mi caso y, como en Los Simpsons me aplasta contra la frente un sello de caucho empapado en tinta roja:

 -         ¡Niño! ¡Recuerda que saleh daquín con la palabra CUERDO estampá en la frente... lúcela con orgullo y, en el futuro, intenta no mordé el cráneo de nadie a menos que se lo merezca.

-         ¿Ya está? Oye, que he llegado a creer que era un muerto viviente... ¿No debería tomar algún tipo de píldoras de colores?

-         Sí, claro, (se ríe) ¡Y disfrutá de un par de meses de baja por estré! Mira chico, cierta empresa tiene destinao en cierto zupermercao a un tío que tié esquizofrenia... oye voces... pero en un sitio lleno de gente con la megafonía a toda leche no se va a notá, siempre pué decí que el encargao del Super le ordenó incendiar el edificio... arremá, loh clienteh pagan hatta 20 kilo po uno de vuzotro, y entre ayudah de la UE y del Miintterio, noh costái doh céntimoh... ¡Hala! ¡A diffrutá de tu zalú mentá! 

 

Allí estaba yo. Saliendo del centro de formación de la empresa con la cabeza bien alta y restos de un sello de caucho artesanal en la frente, un manchurrón rojo que denota, para el ojo adiestrado, que el señor psicólogo confeccionó su propio sello: Ponía “Zano” y no “Cuerdo”. La próxima vez no me lanzaré a ciegas a tratar de devorar el cerebro del primero que pase... me lo pensaré mejor: Quizá unas estacas punji vietnamitas, o un lazo corredizo.



[1] Es posible que el lector no iniciado llegue a pensar que el trabajo en los diferentes puestos operativos de una empresa de seguridad es algo sencillo, rutinario... algo muy fácil. Tan sólo recordar la frase de Dogbert (el personaje canino que inventase Scott Adams): ”Su trabajo (el de los vigilantes de Seguridad) no es fácil, ellos hacen que lo parezca”.

[2] Para ser exactos son cuarenta y seis... uno es de Licenciado en Psicología y cuarenta y cinco son de los diversos cursos de la empresa.

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